Jade May Hoey

1974-2004

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15.12.04

fragmento de un diario al pie de los Andes/2

Podría afligirme por estar lejos, demasiado lejos de mis apuntes, los mismos que desprecio por esa caligrafía enredada, propensa a incurrir en la dislexia que produce escribir en estado de emoción violenta (el único modo en que soy capaz de parir textos que merezcan perdurar, por otro lado), podría renegar porque uno de mis amigos me contó con lujo de detalles un viaje en colectivo desde Foz do Iguazú a Buenos Aires plagado de detalles seductores y yo sin nada a mano para tomar los apuntes que la historia a construir se merecía, podría imaginarme como protagonista y vientre de la historia aunque él no me haya dado suficiente pelota cuando le comenté que un gran libro para leer durante semejante periplo (y el único modo de no perder el hilo, o en todo caso la madeja, es ir viajando y en colectivo) es Los premios de Cortazar. El gordo contaba, mientras yo sonreía, atónito por el relato, y otros reían a carcajada pelada, presas del absurdo llevado al límite. Qué puede uno hacer. Donde ellos ven enojos, espanto, levantes que se quedan en la intentona, yo soy de los que ven metáforas, y –ya que estamos- voy desplegándolas en hojas que arranco de un bloc imaginario, y numero capítulos, disfruto con cada frase ingeniosa que se me ocurre hasta que en determinado punto ya he dejado de escuchar lo que cuenta el cronista, ya no soy parte de la reunión. Ellos ríen y yo estoy en otro lado. El escenario es una mesa cubierta con un mantel con manchas de almuerzo, cena y desayuno, gotas de tinta predestinadas a dejar el testimonio de mi torpeza en una piel que no es el papel. Y ahora me viene el mechón rebelde sobre la frente y lo veo al Varguitas de La ciudad y los perros y me da por extrañarlo y también quiero para mí una soga que varias cuerdas entrevere y no me privo de odiar a la Real Academia, como si alguien pudiese soslayar que la única academia atiende en Rosario (aunque los otros sigan la farra que no tiene motivo).
En fin. Estoy lejos de casa pero es como si estuviera en la mía, porque estoy en una casa que quisiera para mí. Tiene un patio largo que termina en un pequeño muro. Serán seis o siete hileras de ladrillos, pero todo se hace pequeño cuando el telón de fondo está hecho de una piedra cobriza que en primavera muta por unas manchas verdes y que termina en una cresta blanca que llaman nieves y eternas.
Cierto es que todo es pequeño aquí, incluso yo, que no soy nada sin el viento pegándome en la cara y la he buscado a Flávia en la feria de los artesanos y nada por aquí, nada por allá, y que un poco enfermo de ira leí en los diarios que han aumentado de nuevo el precio del tabaco y muy a mi pesar (porque ya llevaba una sarta de improperios en mi bolsito) no he podido enojarme: acá siguen con el precio viejo y disimulan el todavía no con una sonrisa que se hace grande sobre la carne morena.
Me tienta la idea de ser un corresponsal de guerra. Este podría ser el último bastión de la resistencia. Algo así me dijo en sus buenos días la abuela que iba al tranquito por su diario y una petaca. La ratificación vino de parte de mi anfitrión: si querés venirte, apurate, nos están invadiendo, cuando te descuides la gente va a empezar a pedir semáforos, si hasta me han contado de un asalto a mano armada. Qué joder. El reportero de la radio entrevista a turistas en la calle, preferentemente extranjeros. Es una pena que no puedan oírse sus gestos desesperados y sí la voz quejosa de una bandada de teros que celebra apurada reunión frente al charco de la plaza Pagano. Si yo fuera intendente haría de ella un inmenso anfiteatro y no me importaría que no venga ningún coloso a premiarnos con su arte. Es que también he visto como cualquiera toma una guitarra, un bongó y un poco de coraje y la gente lo aplaude y lo eleva a la dimensión astral. El público hace de la obra del tipo el arte mismo. Nada qué hacer. Estamos lejos de las habladurías, de los complots de la iglesia (que se lleva la mitad de las ganancias), de los informes de las arterias que ha cortado la huelga de hoy.
Para terminar esta nota con sinceridad debo decir que hoy casi lloro escuchando a Bono cantar Sweet baby Jane y que me asusté un poco por asistir a un desfile de patrulleros que hacían sonar sus sirenas. El gobierno entregó las nuevas unidades. Es el único modo de que sepamos están ahí, cuidándonos.

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