Jade May Hoey

1974-2004

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18.12.04

fragmento de un diario al pie de los Andes/5

Lo de las mujeres es un asunto complicado.
Esta visita es bastante fugaz para mí gusto pero ya he tenido ocasión para estar meses para comprobar que no existe en estas latitudes una sola mujer bonita. Para más, es bastante cierto eso de que con el paso del tiempo se va aligerando el parámetro y uno ve con un poco más de cariño a la morochita fea que me vende los fasos en el Automóvil Club, y con un poco de buena voluntad también es comestible Vanesita. Y por otro lado sé que lo que no tengo por don natural lo he adquirido en mi condición de extraño. Nadie sabe demasiado de mí. Puedo ser tanto un escritor de las grandes ligas como un narcotraficante internacional, un porteño que ejerce el turismo gasolero como un próspero mercader que paladea la sensación de vestirse con ropas andrajosas, mezquinarle el gusto al baño y a la afeitada día por medio. También hablo floridamente y parece que hubiera pisado alguna vez la universidad y no obstante eso conservo en mí la primacía del saber errático del autodidacta, tengo un amigo que hace cerveza y si ando a pie es porque me complace la marcha serena a la que me obligan las lajas desparejas en la vereda.
Pero no hay caso. Las únicas mujeres lindas que hay son turistas. Por ejemplo hoy me crucé con una de esas alemanas que parecen un camión con acoplado con el pelo de un rubio cegador y la cara llena de sol parloteando en la lengua de Goethe con más soltura que mi viejo. Si hasta me dijo hola pero yo me quedé de una pieza, de seguro que un hilo de satisfacción caía de mis comisuras ante el deleite contemplativo y después de examinar su tranco femenino, que también se ve poco por aquí, me di vuelta para mirarle el culo. Bah, nada para emocionarse, lo que más impactaba era el tamaño
¿Me atreveré hoy a concurrir a alguna de esas celebraciones hippies? Me han invitado y a esta hora de la noche me regodeo en la duda. Ya he tomado bastante cerveza y quiero más, y cuando se me suelta la lengua me aflora la contradicción y el salvajismo del cada día del otro lado el continente. En realidad tengo miedo de que me den una paliza. ¿Y si el lunes tengo que llamar el trabajo para decir que tampoco voy a ir porque me encuentro encerrado en la comisaría con carácter de demorado? Buenísimo, pero quién me quita lo bailado. Lo bailado, lo cansado, lo tomado. Quién.
Tengo ganas de ser feliz y que el agua siga tan quieta como acabo de lograr. Tengo ganas de que dejen de causarme espanto los autos. Tengo ganas de que alguna hipparraca me guste. Tengo ganas de tocar la trompeta, andar a caballo, tirarme en parapente. Tengo ganas de no volver a dormir, de tener muchos hijos, de dejarme de joder con la computadora y las ambiciones literarias. Tengo ganas de fumar cigarrillos armados, de no volver a bañarme, de aprender a andar en bicicleta y aparecerme en Mallín Ahogado con una planta de grosellas entre los dientes. Tengo ganas de ser un intelectual por eso le doy bola a Luisito que me dice que para trabajar mejor la máquina ponga un ramito de tomillo en un vaso y a falta de escritorio que me lo lleve puesto en la nariz.
Salú, la vida.

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