Jade May Hoey

1974-2004

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4.12.07

Pacta sunt servanda

Si apenas pudiera articular una frase sin las palabras de siempre.

Si tuviera algo que decir, juro que lo diría. Mucho me temo que se tratase de las palabras de siempre, algo opacadas por el calor, por el peso de las semanas que han pasado y el temor por las que vendrán, pero hay cosas que no cambian. Sigo temiendo: quizá no cambien nunca.
Ahora escucho la voz de la flaquita del locutorio. Es la que siempre hace las suplencias. Una figura que, sin ser lo abundante que a mí me gustaría, luce lo que en la jerga conocen como "buena percha". Es increíble. No puedo dejar de mirarla. Trato de distraerme con alguna cosa. Escribiendo, por ejemplo.
Debería decir que esto no es un locutorio convencional, sino que es, al mismo tiempo, la recepción de la cooperativa de servicios públicos del pueblo, lo que la convierte en una romería en las horas pico y, como si eso fuera poco, cumple las funciones del 110. Sí, cada vez que suena el teléfono, la flaquita levanta el tubo y dice: central, como si preguntara. Le preguntan por mí, por ejemplo, Pérez Esquivada, y ella dice cuatro noventa y dos seis treinta y ocho; no, de nada. Y así a cada rato.
A cada hora sale alguno de los empleados de la cooperativa. Los hay administrativos, que poco importan, del servicio telefónico, del servicio eléctrico, del de aguas, todos toscos, morrudos. Cada cual, camino a la puerta, se detiene un momento para saludar a Rosa, que así se llama la flaquita.
Tendrá unos treinta y cinco años, eso creo yo. Al menos eso me parecía cuando le veía el pelo dorado caer sobre el gesto de mil horas bajo el sol del lago. Unos ojos celestes que darían ganas de comerlos, si no fuera por los párpados algo apretados de quien quiere acabar rápido con el asunto.
Es ronca. Eso me resulta cómico. Buena parte de su trabajo consiste en ser amable por teléfono, justo a ella que la voz no le favorece ni un poco. Bueno, he de admitir que en algún punto la voz de lija tiene su encanto. Para empezar, por el contraste con su figura tan delicada. Cada vez que se a fumar, y para esto debe asomarse a la vereda, entiendo algunas cosas. Pero basta que traiga al cachorrito guacho que tiene, para que a mí me salte la térmica.
Soy así. Odio los gatos, los perros y los niños. No sé si en ese orden, pero más o menos.
Acabo de verla. Está incluso más delgada que en el invierno. Se planchó los rulos; se ha puesto una tintura color chocolate. La oigo toser en la vereda.
Me distraigo. Con ella y de ella.
La verdad es que pensaba en otra cosa. Pensaba, y de eso quería escaparme, en la mala costumbre de no respetar la palabra empeñada, costumbre, por lo que se ve, bastante extendida en estas pampas. Somos, yo también, de olvido fácil. Y es una pena, no porque haya mucho y bueno que recordar. No hace falta que diga con todas las letras lo que opino de esta hora aciaga de la patria y el trato que le dispensa al diferente. Sino, redondamente, porque el olvido se basta a sí misma. Las promesas incumplidas hoy apadrinan las penurias de mañana.
Esa palabra empeñada primero y mancillada después, será la que se vuelva contra el lenguaraz. Sólo así será justicia. Y enhorabuena.

Comments on "Pacta sunt servanda"

 

Blogger Unknown said ... (5/12/07 09:53) : 

"Será justicia" me recuerda el final de todos los escritos judiciales: será justicia.

 

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