Jade May Hoey

1974-2004

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26.6.07

Kinesio

Me duele la espalda. Tengo la sensación de que mi cama ya no me quiere. O quizá sea mi colchón el que ya está vencido. No lo sé, pero también es raro trazar la división entre cama y colchón. Uno siempre dice que se va a la cama, pero bien que a nadie se le ocurriría echarse sobre las maderas. En realidad, y aquí una nueva denuncia de relativa realidad, nadie, lo que se dice nadie, no. El viejo, harto de sus dolores de columna, una vez dio con la panacea, algo inaudito, algo que cualquier vieja no hubiese soportado, pero sí que la vieja lo soportó y cómo. Y cómo lo contaba, si hasta parecía no molestarle la nueva. Es cosa de locos. La sangre india, creo yo, la mueve a la vieja a todo tolerarlo como algo venido del más allá, algo que hay que saber enfrentar. Gente que cree en el destino. El viejo no. El es un luchador, un tipo que le pone el gesto fiero al destino y la mierda, a mí me da a pensar que, aunque el destino siempre se sale con la suya, tiene que doblegar esfuerzos. Todo es una trampa, ya lo sé. Cuando las cosas ya pasaron lo más sencillo es echarle la culpa a la historia. Estaba escrito, decimos, y si lo estaba por qué no lo leímos, cómo no fuimos capaces de darnos cuenta. Claro, al puzzle siempre le falta una pieza, y la construcción sobre esa falta le da el tinte de sobrenaturalidad que la realidad requiere para ser tal y, por tanto, alejarse de nuestra pobre percepción. Pero no es de eso de lo que quería hablar, sino de la salida del viejo ante sus dolores de columna.
Ramoncito, el de los masajes, no venía más. Se habría enojado por alguna cosa, quién sabe, o se le habría roto la lámpara. No creo que el viejo lo haya hecho rabiar. No me imagino la situación. A veces, sobre todo los domingos, cuando estoy un poco deprimido por esto y aquello, siempre me hago el bocho pensando en que mi vida hubiese cambiado si estudiaba kinesiología. No tengo buenos dedos ni soy muy aplicado estudiando, ni me sobra don de gente, ni tengo carácter para ser trabajador sanitario. Sólo sé que si me faltara poco para recibirme y los furores me hubiesen dejado a pie, como me han dejado ahora y nadie que se ofrezca a devolverme a casa, yo podría, lo más pancho, trabajar de masajista. El tipo, las viejas, todos los que llaman al masajista están hechos moco. El masajista viene, que lamparita, que crema, que masajito de acá y de allá, y la dolencia desaparece. Es arte de magia, el calor del cuerpo, los tendones que de desanudan, la mejor de las magias. Los dolores volverán, siempre vuelven, apenas si por un rato están agazapados, pero para la hora del regeso, el masajista está lejos, y hay que llamarlo, llamarlo y pagarle. En una palabra, el kinesiólogo trunco vende felicidad. Y bastante barata.
El viejo es un tipo pragmático. En vez de dormir en el piso, que es lo mejor para la columna, el tipo, que no se fija en gastos, cruzó un tablón sobre la cama matrimonial, un tablón para dormir arriba de eso, como en los viejos tiempos el andamio, se me ocurrió pensar. Le cuento a alguien, le digo que del viejo no me sorprende, que la vieja ya me tiene acostumbrado, y mi interlocutor me dice ¿no era más fácil separarse?

Comments on "Kinesio"

 

Anonymous Anónimo said ... (5/7/07 12:56) : 

jorge, qué buen texto, qué capacidad para literaturizar lo cotidiano.
algo me recordó "el coronel no tiene quien le escriba" (como si el hijo ausente en esa novela narrase a los dos padres.
saludos, siempre te leo con gusto.

 

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