Jade May Hoey

1974-2004

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10.6.07

El adjunto/6

Se había despertado con apuro, eso, sentía, siempre sería igual. Lo extraño es que no tenía mayores deseos de desayunar. Si el día, que es la vida que toca vivir hoy, comienza con el desayuno, entonces yo vivo en mi trabajo, le gustaba engañarse. Al mediodía llegaría la vianda. Era un milagro por todos los gordos del ministerio celebrado el hecho de que, en un pueblo miserable como éste, hubiera una rotisería para vegetarianos. La gente del futuro no comerá carne y será más sana. Nosotros, pensaba él, no comeremos carne el día de hoy y estaremos un poco menos enfermos. Oía, eso sí, la radio, y a todo volumen. Un locutor daba, a medias con una chica, las noticias de las siete. El gobierno del estado, bramaba, apostará doscientos millones a tal o cual proyecto. ¿Apostará o aportará?, se preguntaba él, frente al espejo, con una sonrisita de lado. Lo que son las cosas, si el tipo hablará del Negro Rulli, por más administrador público que fuese, estaría por demás claro que la palabra era apostar, no aportar. Total, el muchacho se había cargado un par de subsidios que tenía que entregar en la aldea. Nos enteramos, tarde y mal, por supuesto, porque el sujeto de marras perdió. Lo habrá jugado todo a colorado. Perdió y después se vio en figuritas. Perdió y acabó haciendo lo que todos: tomando un préstamo, que sumado al préstamo que ya venía pagando y al tercio del salario que por ley debía pasarle a la yegua de su ex mujer, lo tuvo a las corridas un año. O dos. Yo me acuerdo bien del Negro. Al poco tiempo ya ni se lavaba. Era la viva imagen de la ruina. Por lo demás, los gobiernos siempre aportan y cada aporte es una apuesta, una apuesta en medio de un largo pasamanos, una apuesta que de antemano se sabe casi perdida pero conviene, a efectos de la ilación del relato, hacer de cuenta que no, que nunca se sabe, que algo de las decisiones públicas llevan en sí el sino del álea de los negocios, aunque todo sea una estúpida mentira de mercenario. Se hizo tarde para el desayuno. Sería eterna la mañana esperando la vianda. Lo mismo, él perdía la vista más allá de la ventana. Por absurdo que pareciera, hoy, hoy y todos estos días, pueden valer la pena.

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