Jade May Hoey

1974-2004

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13.4.07

Julio

Si saben de alguien que necesite que le incumplan las promesas, pueden contactarme. Con rigor de entomólogo analizaré cada oferta.
Ayer iba por otro capítulo de Palahniuk, pero algo se cruzó en mi camino, y cuando algo se cruza en el camino lo más oportuno es entrarle a la cosa por otro lado y eso hice yo.
Por razones que no vienen al caso, me pareció que anoche era una buena noche para ir de visita a lo de un amigo al que hacía un buen tiempo no veía. Por rutina, cortesía, esas cosas que uno no sabría bien cómo decir, por antojo, porque nunca voy al súper que está camino a su casa, no sé, el caso es que me metí en el centro comercial y dispuse un plan al efecto. Buscaría una botellita de Colón beaujulais (seis mangos con 77/100, un negoción) y echaría un rápido vistazo a los libros que tienen desparramados desde hace tiempo y la gente desprecia. Eso es algo que practico con cierta puntualidad. Siempre están los mismos. Es claro que hay libros que no le interesan a nadie y siguen allí, ajándose al calor de los dedos que los manosean y los lamparones de luz blanca. El caso es que, cada tanto, aparece alguna novedad, y tengo resuelto no dejar ocasión de llevarme un nuevo volumen a mi casa. Me arreglo con poco. Es suficiente con que el libro luzca bien, sea de un autor conocido o tenga un título prometedor. Con los libros baratos soy más bien fácil.
No había nada. Mucho de autoayuda, el cuarteto de Alejandría, la incomible novela Las hernias de Damián Tabarovsky y cosas así. Ya tengo algún volumen del cuarteto, ya leí el libro de Damián, autoayuda no consumo. Franco se abría el camino hacia la caja cuando vi algo que podía interesarme. Una biografía de Cortázar, Cortázar sin barba, de Eduardo Montes-Bradley. Lo compré sin fe. Estaba barato. Pensé que sería útil en mi biblioteca, eficaz compañía de otra bio, una de Arlt, que pide a gritos algo en lo que sostenerse.
En lo de mi amigo no encontré justificación para la adquisición. Pude haber dicho, como hacen las minas, estaba un poco depre, tenía la plata, y viste cómo son las cosas cuando uno anda así: se manda la cagada y sólo se da cuenta bien luego, ya entretenido por alguna otra cosa, ya echando de menos el dinero derrochado.
Volví a casa. No era muy tarde pero debía acostarme. Mi despertador suena a una hora de escándalo, pero las cosas estaban dadas. Había un libro nuevo y media botella de vino, así que me dispuse a buscar elementos para refutar las promesas de la contratapa. No pude parar de leer hasta que se me acabó el vino. Eran las dos y media de la mañana. Mejor irse a la cama.
El libro, no sé si se lo propone, pero desmonta el mito “queríamos tanto a Julio”. No, sí, seguimos queriéndolo, al menos yo siempre he de estarle agradecido. En sus Cuentos completos, el primer tomo, el previo a 1968, es impecable. Eso me basta. Podría extenderme en ejemplos, pero no, eso me basta. Leí tres veces Rayuela. No creo que vuelva a hacerlo, pero pongamos su novelita Los premios. ¿No es el personaje de Paula Lavalle capaz de redimir la comisión del Libro de Manuel? Yo pienso que sí.
Lo que nunca soporté es la actitud militante. Uno puede estar a favor, en contra de Cuba, o lo que le plazca, eso no tiene el menor interés para mí. Lo que me da rabia es la actitud paternalista de darle de comer a la gente manzana rallada, como si toda la vida fueran a tener tres meses de edad, el buscar en eso las razones para el reconocimiento y no en la obra, que aun en decadencia era de buena factura. ¿O alguien puede decir que un cuento como La escuela de noche es un cuento más?
El libro indaga en las oscuras razones que Julio pudo tener para modelar ese personaje. Puede que exagere, eso es cierto. Las teorías conspiracionistas a las que solemos propender no son más que vestigio de inseguridades, malsana envidia que nos queda no sé de qué. Montes-Bradley las alimenta, pero si uno es lo bastante perspicaz como para tomarse la biografía como una novela de intrigas, hay que decir que el resultado es eficaz y, de nuevo, eso basta. A mí me basta.
La posteridad apremia. El ego eclipsa la luz del genio.
Con un poco de imaginación, uno podría verlo a Julito en la contratapa de alguno de los diarios de ahora pontificando deberes seres de tal por cual y enlodado en la cosa espuria de meter dentro de un nombre propio la razón de todas nuestras aflicciones y me da pena, pena de esa caricatura, pena del que supo ser con buenas armas.
Y me hace ruido. Porque, para hacer lo uno, deja de hacer lo otro, lo suyo, lo que los demás necesitamos de él, lo que nos gusta pedirle a los libros. Que nos ayuden a pensar, no que piensen por nosotros, que eso es más bien cosa de tiranos. Soltarnos la mano, que es lo que hace todo buen padre cuando llega la hora, y no un minuto después, porque ya no sería hora y ya no sería bueno ni padre ni mano sino otro de los síntomas de la enfermedad. Esa que se pelea escribiendo. Si él leyera esto, presumo que sabría de qué estoy hablando.

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