Chuck
Desde que tengo los dedos ocupados en actividades menos placenteras, es poco y nada lo que leo y redondamente nada lo que escribo. No importa. Ya habrá tiempo de hacerlo, me digo, tratando de convencerme de que esto va a pasar muy rápido. En fin, pasa rápido, sólo que si me doy cuenta de la velocidad con que las cosas pasan a mi lado comienzo a sospechar que todo siempre cargó con el mismo frenesí y soy yo el que no se pone a tono. Al fondo de todo esto, entra un tipo a los gritos. Pregunta cómo va Velez. Me pregunto qué será Velez. Sonrío, suerte que a la gente le gusta mucho el fútbol. Si les quitaran el chiche de la mano (¿o serán ellos los chiches en la mano de otro?) se preocuparían por otros asuntos que mejor es dejar aparte. Andan matando docentes, me dijeron en la facultad. Nunca me cayó del todo bien el gremio. Si a uno le falta vocación, mejor sería conseguirse alguna otra fuente de ingreso. Pero tampoco es para que a uno lo maten a quemarropa y por la espalda. Claro, eso pasa en Neuquén, que es tierra gobernada por la misma gente desde hace casi medio siglo. La única provincia patagónica verdaderamente pujante es gobernada por un tiranuelo que sueña con ser presidente aunque en Buenos Aires no lo conozca nadie. ¿El mandó a que lo maten a Fuentealba? No, naturalmente, pero pagará varios precios juntos. El ministro/candidato de Educación/a intendente de Buenos Aires, el conflicto docente en Santa Cruz, que era urgente mudar a alguna provincia opositora, no sea cosa que la gente llegue a pensar que nosotros despreciamos a la educación y toda la cosa. El tipo que pregunta por Velez tiene la voz muy aguda. Una mujer con la voz aguda raya lo insoportable. Un tipo ya es otro cantar. Pero con tal de salir de la apatía lectora, tomé Fantasmas de Chuck Palahniuk. Lo tengo arriba de la mesita de noche, esperando alguna noche en la que yo tenga ganas de leer. Avizorando que esa noche puede que demore mucho en llegar, agarré un capítulo al azar, el 20, veinte páginas que leí en un cuarto de hora. Malo, francamente. No hace mucho había intentado leerlo desde el principio. Llegué a Tripas y deserté. Qué asco, che, así no se puede. El tipo que pregunta por Velez se ha quedado charlando. Su conversación es vivaz. Cada tanto eleva el tono para remarcar alguna cosa, y el otro, el que charla con él, que mayormente escucha o interviene con nexos conversacionales, rompe a reír y su risa es todo un estruendo. En otra circunstancia, si fuera lunes, ya me hubiera mandado a mudar de acá, pero se está acabando el jueves y el estruendo de la risa del otro mitiga la voz del tipo que ha preguntado por Velez, la cada vez mayor velocidad de esas palabras que dice y yo no entiendo. El otro ríe más fuerte y el tipo que preguntó por Velez pega un rebaje que da la idea de montaña rusa, acelera en la curva descendente hasta el colmo de lo agudo. Los dedos se me cruzan, ya no sé ni lo que escribo. Hace poco, un mes o dos, leí Asfixia. Esa sí que es una novela efectiva. Tiene todo lo que tiene que tener una novela para que a mí me guste. Se lee rápido. Por eso mismo uno se va poniendo el freno, repasa capítulos, cierra el libro y se queda repitiendo los estribillos, los piensa cada vez que habla con alguien. Sólo en la tapa Fantasmas es mejor que Asfixia. La gente en el colectivo no sabe quién es Palahniuk pero ven la tapa y se hacen a la idea de que puede ser un Lovecraft. Bah, la mayor parte de la gente vive feliz sin saber quién era Lovecraft. El arquero de Velez, les oigo decir a aquellos dos, ha salvado el partido. Las frases cortas acaban por parecerse a los golpes de la llovizna en la frente, esos que no mojan y sin embargo molestan, se los siente ahí, como estiletes; aunque más apropiado se me ocurre que es hablar de lo que los entendidos en el deporte de las bestias (hablo del box) llaman jab. El tipo mantiene al lector a distancia sin mayores consecuencias hasta que zas, ahí fue la piña, y uno no se dio cuenta, acusa recibo, le cuentan hasta ocho, alza los brazos como quien dice “estoy bien”, pero qué va a estar bien uno. Nunca estuvo peor. ¿Qué te debo?, pregunta el de la voz aguda, mi hija, ¿viste qué bonita?, es una mujer, y un alarido porque acaba de entrar otro clientes. Once kilos dice que bajó. Ahora lo llaman el flaco. De a poco los estoy odiando. Capaz que antes de dormir hago otro capítulo de Fantasmas. |
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