Jade May Hoey

1974-2004

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31.1.07

Vacío/2

a fin de cuentas, se trata de tomar conciencia. de derramar el líquido y buscarse uno nuevo para la vasija. por ahí, ya es muy tarde, es enero y a estas horas no me da por pensar mucho -lo sé: nunca he pensando mucho, pero a estas horas, durante el mes de enero, suelo estar más cansado de lo habitual, será cosa de acostumbrarse al nuevo almanaque, tantas hojas por pasar y todavía el mañana por delante- pero en algún punto la cosa pasará será repetir el destino del mate. al mate hay que curarlo. ¿invertiría uno buena yerba para preparar un mate que no va a tomarse?. quién sabe. tal vez si esa primera cebada trunca se hace con buena yerba, el resto de los mates, los que uno se cebe con la yerba que pueda pagarse, tengan todos algo de aquella primera, y en tal caso bien valdría hacer el esfuerzo de dejar pasar los días antes de cebar el segundo, el tercero, un cuarto para escupir y recién un quinto que tomaremos, de mala gana, pero lo tomaremos. lo malo es que cada mate es distinto, lo que es lo mismo a decir que de nada sirve ponerse a esta hora a conjeturar -es tardísimo ya, y es enero, quiero escribir algo y no tengo tiempo de corregir, así que mejor que salga bien de primera intención porque yo a esto no pienso releerlo-, a repasar los últimos mates que uno ha curado y también, por qué no, porque una cosa viene pegada a una otra cosa, qué habrá sido de los otros, los descartados, los remplazados, ¿se habrán roto de tanto besar el suelo a puro golpe?, ¿nos habremos cansado de su sabor?. esto último puta que sería asombroso. ahora que me detengo a pensar en los mates que ya no están, creo que siempre estuve enamorado de mi mate, por barato que fuera, por envidia que me causasen los mates de las casas bien, incluso los que cebaba manón, la mamá de vanesa, que se pasaba de fina y después de cada cebada limpiaba la bombilla, no fuera cosa que alguno de los convidados estuviera enfermo de alguna porquería o fuera tan desabrido que fuera a visitarle a la nena sin lavarse siquiera los dientes. y puta, eso un poco habla de lo fiel que se vuelve uno a los objetos, de lo fieles que pueden llegarse a ser los objetos con uno, que acaso en otra dimensión también estén convencidos de que todo es obra de su voluntad, incluso la de nuestros amigos, de a uno por vez, que, no importa lo bravo que pueda resultar el sol patagónico de enero, ni el sudor que destila uno que ha tomado los libros por asalto, porque es enero y ellos también están un poco adormilados, o eso al menos he de pensar yo con tal de consolarme, y piden que uno les cebe unos chuños. pero retomando lo que empecé hace un rato -era más temprano que ahora, y temprano siempre comienzan las cosas malas, en el medio se reanudan, y tarde, más bien tardísimo, se impone concluirlas, y lo digo yo, que la mejor frase que he dicho durante el año pasado -estaba borracho, disculpen- es algo así como: yo no abandono, jamás abandoné nada, a lo sumo postergo, me gusta mucho postergar, pero acabo siempre por juntar nuevos bríos, no sé de dónde, nuevos alientos, y retomo la batalla, un poco más viejo, más ancho, más blando, y resulta ser que en estas horas que se están yendo -la noche es por demás breve en el verano del sur del mundo- quiero quitarme de encima las últimas gotas y vieran cuán ardua es la empresa, la botella cabeza abajo y las últimas gotas tomadas de las manos, amarradas entre sí como las desgracias, perorando no sé qué cosas, algo sobre la resistencia, o la resilencia, vaya a saber, y un rato más y ha caído otra gota y yo con tanto apuro por echar a esta vasija nuevos licores que todavía no se me ocurren.

No se olviden de Gerez.

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