Jade May Hoey

1974-2004

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12.1.07

Un pie en el estribo y otro

Como si lo hubiera invocado, el viento no ha dejado de llamar a la puerta (y a las ventanas, a los árboles, a los desprevenidos transeuntes de la calle principal) y en algo me siento culpable de eso. Por lo demás, se está muy bien en el hotelito que me ha tocado para esta ocasión, salvo los niños que corretean de aquí para allá y pronuncian a voz en cuello dictamen sobre todo cuanto los rodea y de vez en cuando la viejita que los llama al orden: chicos, che, que hay gente que está durmiendo. Por ejemplo yo, aunque es notorio que ya no estoy durmiendo, ya me he despertado y aunque no son más que las cinco o seis de la tarde, el cielo encapotado que viene a dar del patio interno a mi ventana es una invitación a la noche, al insomnio, a mirar por un buen rato el techo imaginándome que tengo algo lindo para escribir. Algo. Algo lindo. Algo para escribir, pero no, pero no un poco porque ando algo escaso de mobiliario y temo castigar demasiado las cervicales si hago de la mesita de noche mi pupitre y un poco porque, además, nada ha sido tan interesante como para meterme a ese esfuerzo. O sí. Sí desde hace un rato, que Pancho me ha contado la tragedia de su vida, la pulmonía que ha hecho de él un cuerpo que necesita en casa un tubo de oxígeno
140 pesos el alquiler mensual
no me lo quieren vender
60 pesos la recarga
lo pagan mis hijos
una vez cada uno
y yo que intento alentarlo, porque después de todo puede ganarse todavía el mango, aunque esté viejo y cansado y no es carga mayor para sus hijos salvo por esa pequeña suma que demanda todos los meses, y todo podría ser peor. Pienso, por ejemplo, en la factura que esta región le pasa a los huesos cuando uno pasa la cincuentena y el reumatismo, el nervio ciático, y la bendita obra social que no da los remedios, y todos mis paisanos del valle enfermos de cáncer, y me doy cuenta que eso de que uno camine tres cuadras y se sienta algo agitado no es gran cosa.
El asiente y me cuenta de sus trabajos en Río Mayo, una buena temporada, tres años, y ya un buen número de animales, unos sesenta, que después se hacen una chacra, y una chacra puede cambiarse pelo a pelo por una casa
la casita donde vivo ahora
aunque eso del todo no alcance, porque uno, aunque puede hacer casi la vida que quiere, es un bicho solo
hace once años me dejó mi mujer
veintitrés años estuvimos casados
pero eso no es nada tampoco, los viejos cuando viejos son más mañeros, y ni te digo con las enfermedades y la plata que no alcanza, pero por suerte ya le queda poco para jubilarse, aunque no sé hasta que punto sea buena cosa jubilarse. En un sitio como este, donde los sueldos son tan magros, a mí me da un frío en la espalda cada vez que me pongo a pensar que la jubilación es incluso menos, y además no venir cada día a trabajar, a cebarle unos mates a un fulano y a otro, a charlar de fútbol o de política, siempre apasionadamente, como han de enfrentarse esas cosas. Suena a merma. Suena también a estar pagando las últimas cuotas de esto, y sentirlo casi propio, pagado con usura, pero tan cerca que casi se siente el roce a los dedos, y dan tantas ganas de agarrarlo y meterlo en un puño que uno se ahoga, le falta el aire y se remonta al año setenta y dos
antes de la pulmonía empecé a fumar
todo fue una tragedia de esas que se ven sólo en las películas y en la tapa de los diarios sensacionalistas, un envenenamiento, nueve personas, una familia completa
fue la harina, eso dijeron los médicos, los que analizaron eso
y después me cuenta como vivió esos meses, como empeñó el camioncito cisterna para pagar los gastos de la cochería de Jones
a los dos meses papá murió de tristeza
y en vez de darle un abrazo, de tomar nota de su historia porque de verdad que vale la pena y ahora me estoy guardando detalles, me entran deseos de prender un pucho, de ahogarme yo mismo en el humo azul del tabaco y de sostener la mano diciendo chau, hasta pronto y muchas gracias por todo.

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