Jade May Hoey

1974-2004

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10.1.07

Tierra cuando vuela

Alguien pregunta (¿seré yo, maestro?) cuál es la razón para publicar esos retazos como el anterior, evidentemente redactados de un tirón y desde la mismísima caja de texto de blogger. No sé, como tantas cosas, no sé por qué lo hago, pero si de apurar una respuesta se trata (a veces ese es todo el truco: tener a mano una respuesta por si las moscas a alguno se le ocurre preguntar), ocurre que me remonto a lo remoto, a mis tiempos de escolar. Quizá no yo, porque siempre fui uno de los mejores de la clase, pero sí el resto, la mayoría, de puro escolares nomás, o de ansiosos, que es casi la misma cosa (acabo de leer a Yourcenar algo así como “un niño siempre lo espera todo” y, a falta de libreta, también lo apunto por primerísimavez aquí), y los evoco a todos rodeando a un par, y de ese par uno ligeramente encogido y el otro utilizándolo como pupitre, no a todo el uno sino sólo a su espalda, como si el cuerpo humano pudiera ser útil como elemento sólido. Pamplinas. La letra sale movida. No hay parte del cuerpo tan sólida y tan llana como para aventurarse a tamaña empresa. Y no me vengan a mí con eso de “escrito en el cuerpo”, que lo único que dura mucho tiempo escrito en el cuerpo son las huellas del tiempo, que no las anotaciones que uno mismo se practica, por sí o por interpósita persona. Tampoco cuentan los tatuajes. Habría que tomar medidas con aquél que se permite semejante profanación. Es como si uno, de buenas a primeras, recibiera por herencia un palacio inmaculado, y acaso por no tener la justa medida de lo que vale, no invirtiese en los cuidados mínimos, y no sólo eso, que puede llamarse desidia sino, un poco más allá, tomara el lujo de escribir en las paredes grafitos indelebles. ¡Sacrílegos!

En fin, quería contarles, ahora también desde la caja de texto de blogger, escrito a casi a vuelapluma, que nada más hace un rato, cuando venía para acá, en una de las santísimas calles de tierra de este pueblo (no sé en verdad si tiene pavimentadas mucho más que dos o tres), he visto al viento juguetear con la tierra suelta, levantar una pequeña polvareda y describir círculos tan perfectos que yo no podría, ni ustedes tampoco, ni con el más preciso de los compases, hacer un dibujo parecido. Había que ver que precisión, si hasta parecía que los dedos del creador simulaban ser las piernas de una bailarina clásica y hasta la más pequeña mota de polvo, por él guiadas, lucían de un modo que, por seguir allá en los campos de mi infancia, me recordó también, por qué no, a los firuletes que podría hacer un mago con su capa. Y yo, que no tengo una cámara de fotos, me veo en la obligación, lo siento así, de dejar testimonio del prodigio, no porque valga mucho, sino porque sí, porque me sale, porque secretamente sé que aunque poseyera una cámara fotográfica sería incapaz de tomar de la escena su esencia. Ni con una filmadora. Porque lo que vale, mis queridos amigos, es el envolvente y casi asfixiante encanto del olor a la tierra cuando vuela.

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