Jade May Hoey

1974-2004

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4.1.07

Lejos tan cerca

Papá no leyó a Bataille, pero tiene encima una cosa así de contar las historias como si las hubiese contado siempre, al menos eso fue lo que yo oí durante años, las primeras veces riendo, llorando, y con creciente apatía después. El siempre habló mirándome a la cara pero entiendo que la historia no era ya para mí sino para mis hermanos, acaso un poco menos permeables que yo a la literatura oral, y por tanto campo fértil para venir con la misma semilla que por ser usada año tras año no pierde la esperanza de germinar, de multiplicarse.

La culpa es mía. En realidad soy yo el que debería oír lo que cuenta como si fuera la primera vez. Detenerme en cada detalle, no sea cosa que un día no lo tenga más y me toque en gracia ocupar su sitio en la mesa y dirigirme a mis hermanos, a mis hijos, a los hijos de la mujer que amo para decirles algo así.

Vos sabés, querido, este flaco tuerto me recuerda a otro tipo, también abogado, que llegó al pueblo allá por el setentaytantos. Tenía un solo saco, te juro, y ese saco tenía el ruedo descosido, me acuerdo como si fuera ayer. Se metió con los gremios. Se cansó de ganarle juicios a la empresa, total el estado siempre paga, tarda un poco, tarda mucho, pero paga, y si tarda, paga con intereses.

Y vos sabés, querido, la inflación, siempre la inflación, los intereses por las nubes, y este abogado del que te hablo, un experto en usura, al poco tiempo puso una inmobiliaria, se hizo prestamista, además de que tenía un estudio a todo culo y, habrás visto, a media cuadra de la plaza una mansión, eso al par de años, porque al principio tenía una piecita sola, y la dividía con un biombo, creelo, y no comía otra cosa que sánguches de mortadela, me contó el viejo Arrúa, ahí les sacaba fiado.

Yo en esa época trabajaba en la construcción. De los milicos podrán decir cualquier cosa, pero qué manera de levantar barrios, el hospital ese que ahora mismo está en ruinas, las escuelas. Vieras la cantidad de trabajo que había, y lo que pagaban, porque todavía no había mucha mano de obra y los patrones tenían que echarse con lo que el gremio pidiese. Doscientos por día por cabeza, ponelo, y eran doscientos, y las quincenas siempre eran quincenas, y venían gordas y puntuales.

Un día que nos llaman de otra obra, y vamos, vamos todos, treintaypico de muchachos, después nos dicen en el gremio que hay una guita que nos deben, que nos corresponde, te juro que me daba por bien pago, pero si era guita nuestra yo pensé que había que decir que sí, a ver si perjudicaba a alguno de los compañeros, lo vimos al abogado, y te juro, y ya lo sabíamos, eran 45 palos de los viejos, lo que a valores de hoy sería..., bueno, no sé, vos estás más canchero con los números.

Firmamos lo que había que firmar y al tiempo nos llaman de Viedma. Había que ir a cobrar. Eran diez palos taca taca. Yo pensé que era una broma de mal gusto, eso no era lo que habíamos hablado, entonces me dicen de viajar y yo digo que no, que tengo otras cosas que hacer, que me están pagando bien, que no, que me quedo, pero al final aflojo, porque me dio un poco de miedo que faltando uno no les diera por no pagarles al resto, y eran treintaypico.

Fuimos, ahí estaba el abogado, la guita taca taca, firmame, que acá que allá, nueve palos eran. Al patán lo dejabas un rato con la plata y se tentaba, por eso ahora que el señorito está tan metido en la política y habla de los derechos humanos a mí se me revuelve el estómago, porque esta me la hizo a mí, pero siempre hacía lo mismo, no sé a cuántos les habrá sacado el pan de la boca. Antes de firmar le hice un escándalo, grité, dije alguna guarangada, y mis compañeros me chistaban, querían que me calle, no fuera cosa que nos quedáramos sin los nueve palos.

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