Jade May Hoey

1974-2004

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31.1.07

El cadillac

Una fantasía tonta, tonta como siempre, pero tal vez un poco más porque era la edad de las fantasías, ya me curaría, eso esperaban ellos, porque lo que es yo, nunca esperé nada, nada que no fuera fantasías un poco menos tontas, un poco más plausibles. Y de hecho así pasó, a un costo altísimo, eso sí, pero pasó un día. Dejé de tener la fantasía de mandarme a mudar de una vez por todas y dejar con eso de renegar por culpa de mi padre, que quería cosas que yo no podía darle, y por culpa de mi madre, que siempre quiso que la quiera más de lo que la quiero y no he podido, y por mis hermanos pequeños, todos revoloteando en derredor de mí, esperando que les dé un coscorrón, un chirlo, un retorcijón de pesqüeso que los deje con la lengua afuera, todo para ir corriendo a contárselo a mi padre, que por supuesto estaría ocupado en trabajar hasta las no sé que horas, o durmiendo para reponer las energías después de tanto trabajo, reclamando silencio, oyendo hasta el levísimo sonido que podrá hacer una mosca durante el instante previo a decolar, o a mamá, pero esta vez más que una denuncia, que, en verdad, eso eran, denuncias hechas y derechas con tal de arrebatarme el trono del preferido de mamá, se trataba de un acto de traición a un cierto estatuto de fraternidad que nos obligaba a arreglar nuestros asuntos entre nosotros, al menos eso era lo que me interesaba a mí, que tenía la fuerza de imponerme. Pero la fantasía, la tonta fantasía de escaparme, adolecía de la severa limitación del factor dinerario. Yo quería, por así decirlo, hacer mi vida, y hacer una vida, cualquier vida, ustedes lo sabrán, requiere de una mínima financiación, pero en mi haber no había más que un par de pesos, robados seguramente, robados a la virgen, porque en casa se estilaba dejar una pequeña ofrenda en monedas a María, no sé con qué fines, pero desde entonces estuve convencido de que se trataba de un soborno inútil. Pensaba, por ejemplo, comprarme una lata de puré de tomates, ya tenía visto el alojamiento, sería un auto abandonado a un costado de la ruta, algo que a mis ojos era un poco como un Cadillac aunque no tenía vidrios y no aparentaba haber interesados en rescatarlo de ese destino, pero a poco de pensar, y no en la calefacción, porque era verano y bien podría dormir allí, me daba cuenta de que no tendría con qué abrir la lata y al cuerno los sueños de libertad. Siempre así.

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