Jade May Hoey

1974-2004

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12.12.06

Abisma

Me dicen que falleció un pibe que conocí en la facultad. Una muerte absurda, un resbalón mientras escalaba no sé que rocas de un sitio que siempre se ha ofrecido acogedor a nuestras excursiones festivas, a nuestra juventud.
Alguien me habla del vértigo, como si supiera lo que es sentir en las muñecas el tránsito de una autopista infernal y en los pies el irredento deseo de dar el salto y acabar de una buena vez con todo esto.
No le creo.
Otro menciona una cierta enfermedad que es mejor no nombrar. Un ataque de lo más inoportuno. Veintiocho metros, veintiocho años, sí, no fue el mejor momento para perder el sentido.
Tampoco.
Porque todo lo demás se hace cuento. Esas materias de trasnoche que él aprobó de modo irreprochable y yo dejé justo antes de que el profesor aprendiese mi nombre. ¿Alguien pasa al frente? Yo, yo, decía él, y a escondidas lo imitábamos con la voz que nuestro menesteroso teatro le pone a tipos así, grandes, gruesos, torpes, tontos. El profesor le decía, bueno, pasá vos, Luciano, pero lo miraba con gesto de mejor que sea la última porque todos, el público presente no me deja mentir, queremos ver a Moniquita frente al pizarrón y grato hubiese resultado que vos no levantases la mano, que todos acompañasen tu silencio, para que yo, profesor, amo y señor, mi soberanía de dictador recuperada, le pidiese a ella que pase al frente, que borre lo que yo escribí y haga un esquema del brainstorming que nos depare su pantalón blanco tan perfectamente justo a su cometido.
Qué va.
El resto de las veces yo no estaba allí para escucharlo en sus intervenciones, todas guiadas por el mismo instinto que a nosotros nos gustaba festejar en los pasillos. Y esa novia insufrible. ¿Ay, viste qué lindo está mi Lu? y lo bien que hizo en cambiarla por otra, lástima que después padeciera la recaída que ataca a los corazones abandonados y, en fin, tal vez en el fondo no era mala chica y nosotros éramos los equivocados.
Decenas de exámenes pasados con lo justo. Todos se preguntaban cómo hacía. Horas culo, es de suponer, porque chispa no le había sobrado nunca, porque no tenía el carisma que hace buenos a los expositores aunque toquen de oído. Era el destino que toca a los perseverantes.
Me dicen que Julio y su novia lo vieron caer, que incluso ella, en gesto desesperado, trató de sujetarlo, qué esperanza, esos brazos flacos que salían de la camiseta rosa, el grito desgarrado de lo que se parte sin remedio, de lo que parte sin remedio, la parte, él parte, nosotros partidos.
Quién sabe si Julio puesto en el lugar de su novia no hubiera dado todo de sí con tal de retenerlo, si no hubiera rodado también él, cuesta abajo, tironeado por esa mole que era Luciano o si todo hubo de ser escrito de antemano y fue preciso que un delicado brazo salido de una camiseta rosa fuera el último peñasco al que aferrarse.
La puta madre.
Ni siquiera era mi amigo, pero episodios como este nos devuelven la certeza de cuán frágiles somos.
*
El diario de hoy informa que el domingo, víctima de un cáncer, falleció Rafael Pinedo, autor de Plop. Tenía 52 años.

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