Jade May Hoey

1974-2004

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13.11.06

De los nuevos artistas

Todas las tardes, apenas termino de almorzar, voy a las oficinas de la mutual. Allí hay unas computadoras, cuatro nada más, que casi sin quererlo se han convertido en un puente con el mundo, un puente que no esperaba, quede eso claro, y que me ha servido para no soltar del todo amarras, aunque el tiempo dirá si eso ha sido bueno o malo.
Por lo pronto allí paso un par de horas al día. Llego un rato antes del cambio de turno. Beba le deja su lugar a Gladys, que apenas se ha sentado en su butaca tantea en su cajón el control remoto. Enciende el televisor. Siempre el mismo canal. No sabría decir cuál porque a esa hora tengo de la suerte de elegir alguna de las dos máquinas que tienen un teclado en condiciones aceptables. Las otras dos, para colmo de males, coronan su estado deplorable en sendos monitores de 640x480 lo que a esta altura de los tiempos viene a ser algo así como navegar por internet por la hendija de una cerradura, pero la necesidad, se sabe, tiene cara de hereje.
Yo odio a Kafka. Lo dije tantas veces que prometo que esta vez ha sido la última. También odio a los reality shows, pero más que a los programas odio a su audiencia, no considerada genéricamente sino a cada uno y por su nombre.
Entonces encontrarme cada una de estas tardes, puntualmente a las tres, con la musiquita que anuncia el programa que a Gladys tanto le gusta, de algún modo me sobresalta, pero lo soporto, la necesidad, en fin, ya saben.
Allí, cada bendito día del señor, un puñado de personas sin mayor notoriedad que la que obtengan por la participación en ese programa, todos ellos excedidos del peso que se considera saludable, se someten a los rigores de la balanza. Y no sólo eso: la compulsa, como si fuera poca cosa la pelea contra la enfermedad, contra las mejoras que obtengan o dejen de obtener el resto de los participantes, todo esto entre los vivas de la gente que puebla el estudio, que sabe dios si son allegados a los participantes, personal técnico del canal de televisión, extras o público movido por la buena fe no exenta de morbo que ha convertido aquello en un espectáculo.
Es realmente penoso escuchar a cada uno de esos infelices contar qué comieron o que dejaron de comer en el día anterior, a cuántas privaciones fueron sometidos y a qué tentaciones cedieron. Todo está tan aceitado que ya saben que engordarán más entre lunes y martes que lo que han engordado en todo el fin de semana.
Los imaginé, no pude evitarlo, deshidratados, tratando de exprimir al máximo su cuerpo, todo con tal de continuar en el programa para tener la chance de acceder a algún premio, con tal de no defraudar a los familiares, a los amigos que han depositado en cada uno de ellos tan tremenda expectativa, y también, por qué no, la de esa audiencia anónima que tarde a tarde se sienta a mirar ese combate a mano limpia con sus flaquezas.
Y todo tan parecido a Un artista del hambre, que dan ganas de llorar.

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