Jade May Hoey

1974-2004

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25.9.06

Anotación a mitad de un viaje

Hoy, como casi todos los días, tomé el colectivo que comienza su recorrido en una de las esquinas de la plaza de Rawson.
Hoy, como casi todos los días, apuré el paso para ganar un lugar sentado. Es preferible correr un par de cuadras a soportar cuarenta minutos de pie apenas agarrado del pasamanos.
Hoy, igual que en las últimas semanas, agradecí llegar temprano para evitar uno de esos asientos que hacen a uno sentir el rigor de una madera nada confortable en las asentaderas.
Hoy, igual que la mitad de las veces, eché de menos un asiento reclinable.
Hoy, tal como viene sucediendo en las últimas dos o tres semanas, el chofer cerró rápido la puerta y arrancó un par de minutos antes de lo habitual: así les queda lugar a los de la vivienda, che.
Hoy, por tercera o cuarta vez en el último par de meses, el colectivo se detuvo imprevistamente antes de que hubiera parada.
Hoy, como nunca, no alcanzamos a llegar a la vivienda y nos quedamos varados apenas a una cuadra y media del punto de partida y eso, por un momento, me dio una picazón parecida al deseo de reír, porque sólo en ocasiones nos quedábamos, pero siempre a mitad de la ruta, lo suficientemente lejos de Trelew o de Rawson para evitar fantasear mayores audacias que esperar a que pase otro coche.
Hoy, como nunca me había pasado, pude escuchar la charla que el chofer mantenía con la central, dando cuenta del episodio.
Que sí, que no, que me parece que no llego, que bueno, que hago la prueba.
Intentó varias veces arrancar y, roto como estaba el embrague, según lo que acababa de informarle a quien lo atendió, el vehículo boqueó como hacen los mancarrones antes de que haga lo suyo un domador, tal que todo el pasaje tuvo que aferrarse con las dos manos a lo firme que tuviese cerca.
Hoy vi a los de la vivienda hacerle señas al chofer para que se detenga y a éste devolverles un gesto casi desesperado y a los pasajeros mofarse un poco de la desgracia de los que se quedaron a pie.
Hoy, tres o cuatro cuadras pasada la parada de la vivienda, el coche volvió a detenerse y de nuevo el chofer intentó poner el bicho en marcha, esta vez sin suerte y dio por fin aviso a los pasajeros: nadie se mueva que ya viene el refuerzo.
De inmediato recordé las últimas veces en que tuvimos un percance por el estilo. El refuerzo no era refuerzo sino la unidad siguiente que, de paso, viene cargado con su propio pasaje, hace otro recorrido, vamos, molestia para el desafortunado pasaje que hace el trasbordo, molestia para los que sin comerla ni beberla han de soportar un buen rato en la compañía de bolsos, camperas y refunfuños de los que se suman a su viaje, incómodos, sabiendo que llegarán un buen rato más tarde a un destino que no será el que planeaban, el de siempre, sino un destino más bien dictado por el caprichoso azar que designe el recorrido de la segunda unidad.
De inmediato también pensé en lo escaso que estuve de reflejos. Si el viaje se truncaba a una cuadra y media del punto de partida, mejor hubiese sido bajarme y esperar a que pase otro, que me deje en cualquier parte, y que me cobre otra vez el viaje que yo no había hecho. O sí: vaya uno a saber.
Porque ahí viene la otra cuestión: hoy estrenábamos la nueva tarifa, que supone un aumento de un diez por ciento sobre lo que pagábamos el viernes. No hay mucho problema con eso, no al menos de mi parte que sé que ese aumento es insignificante respecto de la alteración en los costos que viene provocando la inflación que nadie dice. Sí para alguno de los pasajeros que empezó a reprocharle el aumento al chofer: eh, aumentan el boleto pero no se dignan de cambiar las unidades.
Pobre chofer, pensaba yo, encima teniendo que oír semejante sandez, y el rato que no pasa nunca mientras uno está en el medio de la ruta, viendo los autos pasar y a la gente saludarnos como nunca lo hacen, y los bocinazos, pobre que se acababa de acordar de algo y telefoneaba a la central para preguntar qué harían con el viaje de las tres y cuarto, si había coche o no, parece que no había, no sé bien, pero seguramente los de las tres y cuarto salieron un buen rato más tarde porque el coche para ellos destinado era el que, vacío por completo, venía a rescatarnos.
Estoy hablando de un servicio público. En este caso los damnificados son unos pocos miles al día y no se alza ninguna voz para reclamar. O sí: se alza la voz de la empresa reclamando con toda justicia se aumente el boleto y el gobierno les concede este aumento, que me duele un poco en el bolsillo pero es ridículo. Hace diez años pagábamos un dólar este viaje; ahora, con el aumento, setenta centavos.
Se me dirá con qué conocimiento hablo de este asunto. Lo diré: hace diez años estudié la estructura de costos del transporte urbano de mi ciudad. Cumplimentando los requerimientos de las normas vigentes, el costo del boleto urbano era de un peso con veinte centavos; el precio del boleto era de sesenta centavos. Naturalmente algo de esa diferencia se zanja con el subsidio estatal, pero eso es sólo una parte. El resto es la desidia en los controles. Nadie vigila la limpieza o el estado mecánico de las unidades. Ni hablar de renovar la flota.
Alguno de nuestros gobernantes, propenso como es al discurso de barricada, a la alarma tribunera, consultado sobre este asunto dirá: eh, estas empresas ganaron mucho en los noventa. Sí, sin duda, de esa fecha data el parque automotor con el que prestan el servicio. Lo demás ha sido hacer la vista gorda a la par que se han evitado los aumentos con tal de hacer demagogia con ese detalle, como si en verdad no fuéramos perjudicados de un modo más horrible. Porque la verdad de las cosas que yo me estoy quejando de lleno. Después de subirme a un colectivo en Buenos Aires he sabido que en realidad el servicio que padezco a diario es casi de lujo en comparación con esas cocteleras.
Ya vendrán tiempos mejores, me digo, y no será con esta gente, quiero creer. Por cierto, llegando a mi casa, en el tramo que me toca hacer a pie, vi a cuatro policías empujando un patrullero. Tal vez -yo no los oí- charlaban sobre la conveniencia de la reformar la Constitución.

Comments on "Anotación a mitad de un viaje"

 

Anonymous Anónimo said ... (26/9/06 11:11) : 

no sé si te adianta de algo, pero aqui los contratos que se hacen con la prefectura incluyen la obligación de una flota de no más de diez años y hay fiscalización de la calidad. Pero el precio es más caro que pa vosotros y creo que la relación flota/pasagero no es buena. Tanto que se creó un servicio paralelo, de "perueiros" o vans, que es una mafia. Ellos ganan por viage, asi que las hacen volando, pa hacerlas en numero mayor. Siempre hay accidentes.
Pero basta! Solo pasé pa te dejar un besito, no para debates tarifales...:)

 

Anonymous Anónimo said ... (27/9/06 10:05) : 

mayer... aca tenemos los taxis 0,50, que son unos autos en estado deplorable que hacen el recorrido del colectivo. mucho mas rapido, claro

eso si, si se les da por pelearse entre ellos, a veces se les da por chocarse mientras van andando

..pero van mas rapido, eh

 

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