Jade May Hoey

1974-2004

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7.8.06

Tal vez también se trate de una cuestión de cantidad. Antes eran pocos y por eso mismo era bastante sencillo saldar la cuota que a cada uno le toca.
Una moneda, una muda de ropa limpia, platos, vasos, lo que nunca, cubiertos, una chapa, un colchón, a veces, por qué no, una palabra. El que en verdad los conoce sabe perfectamente de lo que hablo. A veces, y yo siento qué ése es el mejor descubrimiento que puede ocurrirle al benefactor, la clave es la palmada en la espalda, la escucha, el qué te anda pasando. Se trata, por supuesto, de los que ya se han quedado al costado del camino. Lejos de la caravana de estos y de aquellos, como gustan distinguirse aunque el color que los hace diversos, la sutileza en la que pueda consistir, son poco menos que materia reservada a semidioses. Los otros, los rescatistas de almas, no están demasiado interesados. Es comprensible. A quién puede reprocharse la omisión de unas pocas buenas almas que son incapaces de financiarse el agua bendita.
Ya son muchos y lo paradojal es que su muchedumbre facilita el desprecio. Acaso en la sospecha de la misérrima utilidad de estirar la mano para llegar a alguno de ellos, se prescinde de ese acto y cada cual a lo suyo, que es lo que la ley manda.

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