Jade May Hoey

1974-2004

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20.8.06

Cuando la visita se haya ido

Ahora que ya todos se han mandado a mudar y me he quedado solo con mis otros yoes, los que se encargan del sucio trabajo que implica adjetivar lo que me rodea, compruebo que la visita no ha sido desafortunada por los agravios -tal vez yo mis yoes no merezcan otra cosa que estos vasos rotos en el piso y las manchas de humedad en la pared- sino por lo extemporánea.

Trataré de explicarme. No es desagradable la compañía, casi nunca. Es rara la ocasión en que una persona, cualquiera sea, caída del cielo, encontrada en la calle o vecina por trabajo, enfermedad o cualesquiera otra fuerza mayor -en tanto sea junto a nosotros- le sucediere, sea desechable sin más. Hay gente que no vale nada, y acá no voy a dar nombres porque estamos todos tan crispados que mucho me temo habrá quien me espere a la salida para abofetearme, y sin embargo son, en alguna hora del día, lo mejor cuanto puede pasarnos.

Sigo tratando de explicarme y esto se pone cada vez peor. Sí. Hay momentos en que nuestro espíritu flaquea. Son raros, imposibles de prevenir pero a algunos sujetos, entre los que se halla el suscripto, los ataca con extraña regularidad una necesidad que raya lo perverso: sentimos el inquietante deseo de escupir a quien amamos, de destrozar lo que sangre, sudor, lágrima y entraña nos costó, les costó y nos costará en el futuro, a nosotros, caballos desmadrados y a varios otros muchos que nos han puesto el hombro antes, cuando éramos mucho menos que esto, ahora que no somos capaces de darnos cuenta y, sin duda, lo harán mañana y acaso sin que los convoquemos, pues de eso va el cumplir misiones y es oportuno saberlo.

Para esos momentos en el que la ira está a punto de irse de cauce no hay mejor ni puede haberlo que esos tipos de sentimiento plano, consecuentes en la dificultad del arte del jamás pensar, estúpidos que aparentan serlo por placer pero en realidad carecen de todo objetivo, que si tuvieran una idea cierta o tan siquiera aproximada de lo útiles que pueden resultar cuando el brote es inminente, cuando la turbiedad viene trepando por la garganta y no ve la hora de salir, si por cuasualidad, intuición o golpe de suerte estuvieran en condiciones de enterarse de esa erupción, cobardes, se harían a un costado.

Pero comencé por otro lado y ya mismo trato de atar los cabos sueltos. Lo malo de una visita de improviso es que, por lo general, lo toma a uno bajo la licencia que el hogar permite, esto es: absoluto estado de somnolencia que impide separar día, noche, sueño, realidad; no estudiada desnudez, aparente desidia en la provisión de víveres alimentarios e higiénicos, vamos, el mejor de los desórdenes que alguien pueda permitirse.

Entonces los visitantes vienen, escudriñan detalles, apuntan en sus respectivas libretas y se van no sin antes prometer retornos mismamente inoportunos a efectos de verificar el pronto restablecimiento del estado de cosas que una persona de bien quiere para sí y para los que quiere.

Comments on "Cuando la visita se haya ido"

 

Blogger julieta said ... (20/8/06 23:45) : 

peor es alegrarse por haberlo escupido.
:X

 

Anonymous Anónimo said ... (21/8/06 11:39) : 

ocurremé, de sentar corazones al té y luego olvidarlo. cada uno volverá eternamente a las cinco. luego doy explicaciones que agravan un desaire inexistente. pero otros entienden y preguntan si un desayuno no sería una tregua magnífica. esos se quedan y no molestan. tienen la inteligencia de tolerarme, o confundirme untando las tostaditas con premeditación.

 

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