Jade May Hoey

1974-2004

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10.8.06

Café

Los días previos hacen de sí mismos un carrusel de disparates que se creen conjetura. Alto, bajo, joven, especulan las chicas. Recibo, pliego, garantías, la jerarquía contable. Parilla, cantina en el puerto o hacer de cuenta que nada ha pasado, que todo sigue igual aunque lluevan bigornias de punta; eso es lo que, entre algún cabildeo, define la cabeza, los cabecitas.
Alto, sí, bastante alto, el pelo lacio, dejado crecer, blanco casi ceniza, lentes para leer, ringtone de ulular de sirena policial, vestido ni muy muy, ni tan tan, amable en el trato, menos escrupuloso de lo que debería. Amistoso.
Los cabecitas se desentendieron de todo. La recepción corre por cuenta de la jerarquía contable. El portavoz no esconde sus esfuerzos con tal de dar la talla. Ofrece café. Por un momento ha querido ser cortés y ha tenido éxito.
Se pone a contar, no es que sea bueno contando, pero hay la fundada sospecha de una larga espera. El forastero, tal vez la lengua seca del viaje y los ojos amodorrados por un huso horario tan distinto al de la capital, se hace ilusiones. Mete, como si cuidase un bien que escasea, un bocadillo. No sin esfuerzo, muy cada tanto, sonríen, quieren reírse pero la risa no está prevista en los libretos del auditor ni del auditado.
Hace tiempo. El otro acepta, algo resignado, ese inventario de fracasos que es el pasar revista al proyecto que el banco ha financiado.
Bueno, como sabrás, el primer consultor se escapó sin presentarnos el informe final. Por eso... Esa obra salió, tarde pero salió. No sabés lo que nos costó levantar ese muerto. Cuando nos tocó intervenir a nosotros, es decir cuando ya pasaba para el pago el primer certificado, caímos en la cuenta de que el Tribunal no se había expedido. Es más: nunca lo había visto. Y la obra era de tres millones. Decí que la legislatura... Eso fue otro parto, el tipo nos entregó la mercancía, nos mandó la factura y cuando le pedimos que nos mande el número de cuenta para acreditarle los fondos, se le antojó que le transfiramos a la central en Canadá. Averiguamos. Para saltar la ley antilavado de dinero necesitábamos una autorización del central que demoraba, si es que se les ocurría otorgarla, seis meses.
Ha llegado el café, gracias a dios. La charla se distiende, por decirlo así. El auditor frente a su café, el auditado fingiendo supervisión a sus auxiliares, que se esmeran en conquistar la complicidad del forastero con comentarios amables.
Hay excusas por la demora. El servicio de cafetería está dividido, explica el auditado. Para ganar en celeridad hubo que pedir el café a la secretaria del presidente. A falta de jinetas, no hay café. Ser secretaria del presidente da buenas jinetas. Entonces el café demora y, si alguien pide café, después de la justificación del caso, por ejemplo hay un forastero que anda revisando las macanas que hicimos en las últimas tres gestiones, queda sobreentendido que pide café. ¿O alguien acaso, fuera de este cronista, mencionó la palabra azúcar?
Hay un llamado telefónico desde un aparato retirado de la escucha del forastero. Angel: preguntale a Adela si tenemos azúcar. Hay una pausa. Quien llamaba cuelga sin frustración y dice algo así como no te preocupes, de algún lado vamos a conseguir, aunque sea por caja chica.
La caja chica está escaleras arriba. El súper, providencialmente abierto siendo la hora que es, está a dos cuadras y media, cruzando el monolito de las cinco esquinas. Por supuesto que no hay un horno de microondas para calentar lo que se está enfriando.
Otras reparticiones pagan mejor. Esto es demasiada responsabilidad. Por este trabajo uno debería cobrar, como mínimo, cuatro gambas, capaz que cinco, che.
La sierva que bajó las escaleras con el servicio no sólo soslayó el azúcar. También la bandeja, los platitos, las cucharas. Suerte que trajo el ceño fruncido que si no daría para pensar que está ofuscada por el mal rato que la hacen pasar con este bochorno.
No es bochorno para ella, parece. Tampoco para el auditor que, antes de que el café esté helado, dice en voz baja, como para no molestar: está bien, me gusta así.

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