Jade May Hoey

1974-2004

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22.6.06

Membrillar

En la cuadra de los Pérez, en la esquina entre su calle y la de la ruta -que si en vez de ruta fuera autopista llamaríamos la colectora- estaba y sigue estando el hotel Los Pinos.
La entrada a la cochera -bah, el estacionamiento- está pegado a la casa de los Pérez, pero jamás vi entrar a ningún auto ahí. Es más: no he tenido noticia de que nadie jamás ocupase habitación alguna.
Pero la culpa de todo, y esto es sólo una sospecha, es mía y sólo mía, que sólo he aprendido el funcionamiento de los hoteles cuando estuve fuera de mi pueblo, que han sido más bien pocas y más bien tristes, no porque el pueblo me produzca una nostalgia inigualable sino porque me ha tocado ir a otras partes a ver médicos de nombre raro que jamás han encontrado en mí la piedra de la locura.
Frente al hotel, cruzando la callecita del barrio, vivía una viejita cuyo nombre ya no recuerdo. Tenía un gran patio que daba a la ruta y en el centro del patio un árbol de membrillos.
Alguna vez, un verano cualquiera, yo, junto a varios rufianes de pésima calaña, le robamos todos los membrillos y en algún sitio retirado, posiblemente en la canchita de los bomberos, quisimos comernos los membrillos, malditos membrillos que lejos estaban todavía de madurar.
Tan rica la pasta frola, tan sabroso el dulce de membrillo y tan fea la fruta. Y tan dura cuando está verde.

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