Los enanos estaban alborozados. Una visita, no sé qué, alguien con la estatura suficiente como para hablarles y para que ellos le dieran pelota. Si no sé es porque con ellos no me hablo. Apenas los miro desde lejos. A veces les da por hacer caterva y toman por asalto sitios públicos. So pretexto de algún sentimiento que yo no alcanzo a comprender, se agolpan ante el palacio legislativo, ante tribunales, ante la alcaidía. Llegan en colectivos cuando no como el propio ganado, en camiones. Llevan banderas. Entonan cánticos que prometen lealtad y juran venganza. Allí van, cruzando el puente, con sus pies deformes y sus ropas colorinches. Parece que alguien prometió hablarles. |
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Hablarles pero poco, y sólo después del pancho y de la coca.
Siempre y cuando no sean los enanos de Wilcock. . .porque esos sí que son bravos.
Saludos.-