Jade May Hoey

1974-2004

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21.6.06

Conducta de un fóbico en la era de la hipercomunicación

Acabo de darme cuenta de que, desde la poliferación de los aparatos de telefonía celular, se ha cerrado uno de los grifos que me deparaban nuevas amistades o, si me pongo en exquisito y echo el barniz de lo sagrado a la palabra amigo, a lo que se conoce bajo el apelativo de conocidos. Me refiero, claro, a esa gente que hace bien a la escenografía de -pongamos- un colectivo atestado de gente que comparte destino, ocupación y escasez en los temas de conversación. Con ellos nunca dio como para decir loco, no sabés lo mal que estoy, pero que incluso así no son materia prima a despreciar. Es que no pocas veces uno necesita hablar. De cualquier cosa. Cuantimenos para saber que todavía sigue incólume ese derecho/deber que es el habla.
No se trata, dejémoslo en claro, de repudiar los beneficios de la comunicación. Nada de eso. Antes bien lo repudiable resulta ese ensimismamiento, ese achicamiento en la burbuja que habitan estas hermosas criaturas del señor.
Un número de teléfono fijo, mal que mal, siempre está en la guía, pero la casi clandestinidad del celular, esa tendencia a reservarlo sólo a un pequeño grupo, relega a la mayoritaria casta de los hipercomunicados a una suerte de novedoso autismo.
Casi nadie habrá de llamarlos por azar, de suerte que, ante la alarma sonoro o vibratil del cachibache, dejarán todo lo que estén haciendo, no importa si el interlocutor ocasional es el secretario general de las naciones unidas, con tal de atender al llamado, ese aditamento a la fisiología urgente de los bípedos implumes.
La reserva a que se sujeta un número de teléfono celular es la culpable de este prodigio. Se supone que ese ser que llama es importante. Y, peor aún, que lo que tiene para decir importante. Y todos sabemos que eso no es cierto. Que bien puede suceder que lo mejor que nos toque oír un día cualquiera sea el saludo desinteresado de un alguien sin nombre ni apellido, ocasional camarada en la cola del súpermercado. O, redoblando la apuesta, que lo mejor del día sea la charla que suceda a ese saludo que no se pretende medio sino fin.
Pero no. La verdad es que el poseedor de un cierto número de teléfono se cree habilitado a llamar a cualquier hora sólo comentar un partido de fútbol. O porque no podía conciliar el sueño en la media hora que lo separa de su casa y tampoco sabía lo que hacer con las manos más que oprimir las teclas. Pi pi tu pi tu.
¿Holá?, seguramente dirá alguien del otro de la línea, acaso con un sobresalto. O mejor no, que eso ya es una antigüedad. Dirá acaso Aníbal, qué te pasa.
Y Aníbal, tras la carraspera del motor dirá, nada, voy en el colectivo.
¿Eh?
Que vooyy en el coleectiivooo.
Y ante tamaño deseo puesto al descubierto, el resto del pasaje padecerá la infección por contagio, buscará en bolsillo, cinturón o cartera, su propio aparato para decirle a otro:
Vooyy en el coleectiivooo.
Sí, eso lo sabía. Quiero decir: si querías hablar, sólo bastaba que me lo dijeras. No hacía falta que me interpelaras de modo directo. Con un simple qué humedad a mí me alcanza. Te juro que me alcanza. Pero preferís oír una voz metálica, que por toda respuesta te pide que repitas lo que venís diciendo. Y lo que venís diciendo a mí no me importa.
Nada.
Nada de nada.
Que eso que decís no me importa una mierda.
Que eso que estás gritando nooo me impooortaaa una mieeeerdaaaa.

Comments on "Conducta de un fóbico en la era de la hipercomunicación"

 

Anonymous Anónimo said ... (21/6/06 21:45) : 

que quéeeeee???
que no te impoooortttaaa quéeeeee???
ay! fandercito...
me colgó.

 

Blogger Vero said ... (22/6/06 01:37) : 

Me encantó. Le tengo rabia a los celulares. Ese ensimismamiento con el aparatito me pone de mal humor. Me dicen: ¿pero si te pasa algo en la ruta, por ejemplo? Prefiero correr el riesgo, respondo.

 

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