Jade May Hoey

1974-2004

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5.6.06

Algo

Para ser sincero -alguna vez tengo que serlo, mucho me temo, al menos conmigo, que tampoco sería la gran cosa- estoy angustiado.
Es una angustia, como todas, algo invernal. El agua para el mate tarda demasiado en calentarse. Si descongelo la heladera -ya es hora, en el congelador entra apenas nada- estoy casi seguro de que el piso mojado nunca se secará. El río tímido que se forme juntará en el camino un resto de sal se me cayó un poco el viernes -y no he tenido tiempo, tal vez no he tenido ganas, pero lo cierto es que no he barrido la cocina-, un recorte de diario en el que se celebraba una película entrañable que he resuelto olvidar, besara, si resulta lo bastante ancho, el pie de madera barata del estante y lo herirá de muerte -si anotaba por ejemplo “lo herirá de vida” esa frase me hubiese gustado más pero ahora mismo no tengo ganas de que me guste nada-.
Es el demasiado fumar y no vaciar el cenicero tan rápido como la proliferación de colillas lo requiere. Detenerme en los trazos de ceniza que se van dibujando en el vidrio y entrever una figura que no m es grata. Yo con el pelo encanecido. Yo llorando.
Afuera podría llover y sin embargo no llueve, pero es como si lloviera. Cada partícula de aire lacrimal vuelta un barrilete anárquico que se tira y tira hasta donde dé la tanza y el carretel nunca se acaba. Golpea contra la pared. Hincha las puertas de madera. Todo cuchitril, incluso el mío, pintado en celestriste, en sueños se cree palacio encantado. O casa de fin de semana en miércoles. En invierno. Sola.
Tendría que intentar algo. No sé bien qué. Por ejemplo cambiar las sábanas. No porque estén sucias. O viejas. Sino porque son mudo testigo de mis pesadillas. De los revolcones que nunca terminan. De los despertares a cualquier hora durante la noche profunda y de golpe el repaso de un cierto sueño continente de un mensaje cifrado. Pensar en él recostado sobre la derecha. Sobre la izquierda. Dando vuelta la almohada. Bajando una frazada más. Dibujar otra rosca entre las mantas. Una que tenga algo del tres catorce quince noventa y dos. Que no deje nada afuera. Ni un dedo pequeño. Ni la nariz. El temor a la asfixia. A la muerte por asfixia con tantas cosas por hacer.
Quemar las sabanas. Ofrendarlas en sacrificio al fuego. Temer al hedor de mis pesadillas quemadas. Echarlas a la basura. Meterlas en una bolsa doble. O triple. Bien anudada. Que un mendigo se sorprenda con el bulto y eche sus sucias manos encima de ellas. Que se deje ser al hechizo. Que beba groseramente un licor de a tres pesos la botella. Que las vomite. Que al despertar en la mañana no soporte su rancio envoltorio y crea por un largo rato que sólo podría conjurar el hechizo volviendo esas sabanas a la basura. A que otro las junte, las use, las vomite.
Pero no. Sólo torpes imaginerías. Algo ebulle. Algo se funde. Algo se congela.

Comments on "Algo"

 

Blogger Silvia Sue said ... (5/6/06 15:20) : 

Ay, Fander...no sé por qué cada vez que te leo, no solamente te leo.
Siento algo así como que formo parte.

 

Blogger Vero said ... (5/6/06 23:43) : 

Me gustó todo, pero especialmente lo de las sábanas. La idea de que las sábanas contengan la maldición y uno pueda quitarse la angustia de encima como se sacaría una capa muy pesada. Un beso.

 

Blogger Bardamu said ... (6/6/06 10:36) : 

Un auto de fe sabanístico. Quemarlo todo, hasta el propio recuerdo del fuego.
Excelente conjunra, Fander.
Un abrazo.

 

Anonymous Anónimo said ... (6/6/06 13:44) : 

qué bien arde el laurel! todo en la hoguera.
luego destapa el frasco de dulce y con la cuchara en la boca recuerda de dónde venía.
empezar un frasco de dulce.

 

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