Hay libros que no prestaría. Ahora pienso sólo en los tres tomitos de la obra completa de Felisberto que me llevaría a la tumba. Más aun: creo que pediría que los metan en mi ataúd. O que los quemen junto a mis restos. Y no es precisamente porque me pase leyéndolos. Al contrario. Hace mucho que no me atrevo a abrirlos. Pero hay otra cosa. Esas historias que me sé de memoria como si las hubiese escrito yo mismo son en cierto modo el abuelo que me falta y nadie que tenga sangre en las venas mandaría a su abuelo a que otros lo cuiden. Yo lo quiero sólo para mí. Quiero que él me vea envejecer como yo lo veo a él, tan delicado que no puedo contener la angustia que me da pensar que al llevar mis torpes manos a él pueda causarle algún daño. |
Comments on "Los que no"
Uf. No sabés cómo me gustó esto. Yo también tengo abuelos que no presto. Pero nunca se me hubiera ocurrido decir esa última oración y sin embargo es tan cierta en mí, me parece evidente ahora. Gracias.
los abuelos están para pellizcarlos, precisamente porque no pueden defenderse. Felisberto habrá querido que abuse del papel y la eternidad y lo ponga al lado de la almohada. como un osito.