Jade May Hoey

1974-2004

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2.5.06

dos, tres, catorce, veintisiete días de bloqueo, las palabras, todas y cada una en la punta de la lengua, es que la historia me resulta tan fácil, la veo con tanta claridad, que el único problema es escribirla -iba a poner "sentarme a escribirla" pero eso no es literalmente así porque a veces, yo no soy hombre de rutinas, escribo de pie-, el caso es que por un momento, a propósito de una charla que hace poco sostenía con un amigo, recordé a otro amigo, uno de por aquí que se ha mudado a una gran ciudad y cada vez que se hace una escapada para visitar a los amigos, supongo que para no sentirse extranjero en su propia casa, va al bar, apura un café, lee el diario, mira la vida pasar por los ventanales, y allí hay toda una forma de mirar, creo, en la pecera, en los esconcitos que sirven con el café, en la gentileza impostada de los mozos, pero más allá de eso, a mí, que no tengo todavía la experiencia de visitar las grandes urbes del mundo, me resulta asombroso que la sensación de pequeñez pueda recobrarse en un bar viejo, pero vamos, ése no era el punto sino el siguiente: ¿debo volver al sitio que me inspiró mi historia?, tal vez debo, pero hace unos años empecé a dejar de frecuentarlo, después, ya lejos de él, lo detesté, ahora ni eso, quizá no exista, acaso las continuas remodelaciones lo hayan llevado a otra parte pero a mí me interesan esas paredes y no otras y la carita de susto de esa mañana, las mejillas rosadas de calor, caramba, ahora me doy cuenta de que ni siquiera es verano y falta un buen pedazo de almanaque para que repetir la escena

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