Jade May Hoey

1974-2004

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3.5.06

Antídotos

En mis tiempos de pensión los inviernos eran mucho más rigurosos que estos de ahora, que no son poca cosa, pero traían como recompensa el conocer a gente por completo extraña, como es la gente que ha de habitar todas las pensiones del mundo.
Entre ellos, hoy en mi recuerdo se destaca Paquito, un caso serio entre los casos serios. Yo había tenido ocasión de conocerlo en los pasillos del edificio de aulas. Declaraba en ese entonces, e incluso mucho tiempo después, tener 26 años, pero como dijo uno de mis amigos: es un viejo. Sí, de aspecto siempre lo fue, eso que todavía la calvicie no lo había tomado por asalto, pero su talante era desmentido apenas abría la boca. Peter Pan era poco menos que un poroto a su lado.
Compartimos, tiempo después, las clases de apoyo en matemática que nos daba un pibe de Ingeniería. Yo, por esos tiempos muy aficionado a las tertulias alcohólicas, me metí por la ventana al limbo de los que superaron fácilmente ese escollo; él se quedó allí y guardó para mí un recelo. No supe nunca si le molestó lo provechosas que resultaron esas clases para mí o que no lo ayudase a pagarlas. La generosidad a veces juega esas cartas torcidas, qué puede uno hacerle.
Ya en los tiempos de pensión, los peores sin duda para él, porque tenía las finanzas destrozadas y en la facultad alternaba buenas y malas, no me privó de sus consejos. Todos ellos eran tomados como de quien venía, un viejo que la iba de joven, un tipo que pese a tener a todos los fracasos consigo era el centro de todas las reuniones. Es que el tipo era chispeante. En él mejor que en nadie se veía aquello de que el buen contador de historias cuenta siempre la misma. Tenía anécdotas a carradas y no le molestaba que le pidiésemos que volviera a contarlas y cada vez les agregaba alguna cosita. Sus dotes teatrales hacían el resto. Creo que nadie me ha hecho reír tanto todos estos años, pero como a todos los tipos burbujeantes, cuando la tristeza le daba una paliza, no se recuperaba durante meses. Así lo vimos en la pensión.
Se la pasaba comiendo dulce de membrillo. Dos panes de medio kilo cada uno a la semana. Una locura. Especialmente porque no había abandonado su costumbre y se destacaba como el mejor cocinero, bah, creo que los demás éramos horribles pero él se lo tomaba como una ceremonia, pero el tema del dulce de membrillo nos tenía desconcertados.
El Cata un día no aguantó más y le preguntó: che, por qué tanto dulce de membrillo, te va a hacer mal. Lo que pasa, Cata, es que tengo un gusto amargo en la boca y no me lo puedo sacar, no sé de dónde tanta amargura. Ya solos, el Cata y yo nos reíamos mucho de la ocurrencia a pesar de que había sido pronunciada en un tono casi fúnebre.
Hoy apenas pude salir de la oficina. Sentía que el dolor de estómago no me permitiría caminar las cuadras que faltaban hasta mi casa. Pasé por el súper. Compré algo para comer en la cama y un litro de leche. Me lo bajé casi de un tirón y traté de dormir, de soñar con borricos mágicos. Me desperté varias horas después sin saber si era de día o de noche, si martes o sábado, y tardé un buen rato en recordar que me había acostado descompuesto. La cama estaba llena de migas de pan, el cartón de leche en el piso, al alcance de la mano, la persiana baja. Y me acordé de Paquito. Me sentía triste de tristeza insanable y tomé leche con el deleite que sólo le dedico, muy de vez en cuando, al escocés. Quería limpiarme y algo de eso hice.

Comments on "Antídotos"

 

Anonymous Anónimo said ... (4/5/06 12:29) : 

Que me cuente que fue de la vida de Paquito.

 

Anonymous Anónimo said ... (4/5/06 12:32) : 

Yo la voy re bien con el dulce de membrillo, dicen.

Más que dulce es medio ácido ¿no?
¿Qué habrá sido lo que buscaba, en el fondo, el amigo Paquito?

 

Anonymous Anónimo said ... (4/5/06 17:09) : 

Un gran misterio este muchacho Paquito. Hace mucho que no sé de sus andanzas.

 

Blogger A. said ... (5/5/06 18:10) : 

Cuando la tristeza ronda hacemos bien en consentirnos como niñitos.

 

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