You too

No puedo precisar la fecha en que llegó a mis manos Rattle and Hum, un disco más o menos que bastó para que me planteara como meta inmediata hacerme de todos los discos de U2. En cambio veo con meridiana claridad la tarde en que un buen samaritano, sabedor de mi creciente obsesión, me acercó una copia de Achtung Baby grabada con absoluta negligencia. Tanto es así que el lado a concluía con una versión trunca de The Fly, pero cosas así tiene el destino: la primera mitad de esa canción es muy superior a la segunda. Lo cierto es que soporté apenas dos escuchas y salí a pagar por ese disco lo que quisieran cobrarme. Asistía, aunque en ese momento ni se me pasaba por la cabeza la idea, a algo que si no ha sido la muerte del rock, se le parece bastante. Ese disco, junto a los imprescindibles Nevermind de Nirvana y Blood Sugar Sex Magik de Red Hot Chilli Peppers corresponden a 1991. Hasta hoy las cosas sólo han empeorado a tal punto que son vivados grupos de morondanga como Coldplay, Green Days o Franz Ferdinand Así, según gustan predecir los estudiosos, será el fin de los días. El sol implotará y pasará a ser una masa de tinieblas estelares que atraerá hasta su centro vacío a todos y cada uno de los cascotes del reino de los cielos. Los mismos U2 no han podido salvar su santo nombre de la decadencia. Disco tras disco sólo ha habido un par de canciones cada vez en las que evidenciaron que eran los auténticos dubliners que supimos conocer. Después vino todo lo demás. El mundo duplicado en las pantallas de televisión y el nunca velado deseo de cruzarnos a vivir en nuestra flamante invención; la nauseabunda imagen del artista comprometido; los mensajes edulcorando de amor las canciones, aquellas viejas postales de un mundo en guerra contra sí mismo. Y basta. Porque yo no tendré la inocencia Fabreguito pero conservo algún sentimiento y si algo de mi adolescencia ha venido conmigo a esta temprana vejez, eso han sido las canciones de U2 y su historia, mi historia. No me importa demasiado que Bono no sea digno de lustrarle los zapatos a Robert Smith ni que The Edge ejecute su instrumento con las mismas limitaciones que hace un cuarto de siglo. Es otra cosa. Es la amistad. Son esos amigos que la vida ha llevado por otros caminos. Esos amigos que han caído en desgracia, o mejor aún: han sido bendecidos por la fortuna y es uno el que anda en la mala y ellos quienes se han acordado y por una vez, y quizá sólo por esta vez, soporten dormir en un colchón tirado en el piso y tomar de mi cerveza que nunca será Guinnes. Será la amistad.