Jade May Hoey

1974-2004

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27.2.06

Push

Por aquellos años no estábamos acostumbrados a tener más que una y sólo una disquería para buscar cosas raras a precio de saldo. Veníamos de un pueblo donde todo se reducía a Musical David, un pequeño bolichito regenteado por un bolita que de música sabía poco y nada. Si hasta le habíamos hecho un jingle que nos gustaba repetir ante cualquier estímulo: sim sim simplemente David, porque el negro era hombre de pocas palabras y cuando quería decir sí largaba un sí pronto a dar contra una m final que acolchaba lo que la afirmación pudiera tener de elocuente. Pero ante la escasez de material, su salida recurrente era otra: che, David, ¿tenés algo de Los extremistas del ventilador (o cualquier otro nombre inventado)?, a lo que él decía siempre: no, pero ya hice un pedido que me estaría entrando la semana que viene.
Posiblemente el más informado sobre música era yo, porque me la pasaba leyendo a Marchi, a Kleiman, a Rosso, que me tenían al tanto de lo que pasaba, pero todos sabemos que oír New Order es muy distinto a verlo escrito. Por buenas que fuesen sus plumas más me hubiera valido que me tararearan las canciones, pero era mejor eso que nada. Qué distinto era todo sin efe emes y emepetrés. La educación en el gusto musical quedaba reservada a la fortuna de tener un amigo mayor, en lo posible con posibilidades de viajar a otra parte, sino estábamos a la buena de dios.
Así que aquella vez que entramos a Vía libre y vimos que había un par de casettes de The Cure a cinco pesos cada uno, no dudamos ni un segundo. Plin caja. Eso sí: casi hubo que echar a suertes quién se llevaba cuál, salvo que a mi amigo le dio un brote de cortesía y me permitió elegir.
Me quedé con Desintegration y él con The head on the door.
Por supuesto que yo soy de esos que aunque vayan del brazo de Carolina Grimaldi no dudarían en darse vuelta para mirar el agraciado culo de una señorita que va pasando. Por supuesto que aunque mi casette fuera hermoso envidié The head on the door por muchos años. Trece para ser exacto.
Y lo busqué. Y lo busqué sin suerte porque cuando me familiaricé con los disqueros de esta ciudad me di cuenta de que en el fondo todos son como el negro David y no entienden nada de nada. Como aquel que, consultado por un grupo llamado The Cure encaró raudo hacia la D en el orden alfabético y momentos después, a través del handy, consultaba a otra sucursal acerca de la existencia de un disco llamado dejé ondebor.
El sábado a la noche he vuelto a tenerlo en mis manos.

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