Jade May Hoey

1974-2004

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2.2.06

Polis

Mi caligrafía soy yo mismo, mi andar espasmódico, mis vacilaciones, mi pretensión anárquica.
Todo comenzó a los diez u once años. A pesar de la voluntad de mis maestras, descarté escribir en cursiva. Algo no me gustaba en el gesto forzado de unir una letra a la otra. La letra de imprenta me permitía, en cambio, un atisbo de sobriedad que me confortaba. El tiempo pasó y los requerimientos materiales me obligaron a escribir un poco más rápido cada vez, desdeñando el dibujo de cada letra en su individualidad. Las letras descarrilaron y empezaron poco a poco a fingirse mis estados de ánimo.
Por eso, tan rápido como pude, deseché los cuadernos con renglones y me pasé a la hoja blanca de papel ordinario.
Por eso ahora ando para todos lados con una libretita que me regalaron. Es muy sencilla. Doscientas hojas del tamaño de una cuartilla, sin renglones, sujetadas por un delicado doble espiral, enmarcadas bajo unas tapas de plástico casi duras, ceñidas a su vez por un cordón elástico con el agregado -que recién descubro- de un ojal para echar la lapicera.
No le he podido dar demasiado uso. El papel es impecable y mi pulso no acaba de acostumbrarse a esa resistencia. Me siento a mis anchas con la hoja oficio doblada en dos. No hay nada más hermoso a la hora de escribir a mano.
A propósito de los renglones, alguien me cuenta de los curiosos hábitos de escritura de Noelia, una criatura de cinco años, y de su hermano menor.
Mi libreta sería la perdición de Noelia. Ella busca para escribir los márgenes, las tapas, todo aquello que no tenga renglones pero, si no le quedara otro remedio, se enfrenta a la hoja y trata de sujetar el trazo al campo reglado. A menudo se enoja porque alguno de los garabatos que pone a manera de letra se le va un poco alto o un poco bajo y llegado un punto se cansa, y deja el asunto para mejor ocasión. Su hermanito, en cambio, no tiene ningún tipo de contemplaciones ni remordimientos.
Con algo de esfuerzo, leo algo que escribí ayer: completó el hoyito con saliva al modo de y compruebo que en una hoja en blanco todo es periferia. Y que siempre fue así. Por eso alguna vez lamenté perforar la hoja justo allí donde estaba esa palabra que ahora se me escapa. Zona de nadie. El embate del metal todo lo echa a perder.
El resto es metrópoli. Sociedad. Estado de derecho.
Sólo por hoy, prometo hacer buena letra aunque sólo la use para burlarme de los renglones.

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