Jade May Hoey

1974-2004

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20.2.06

Advertencia al carroñero

Al cumplir 31 estrené la obsesión de imaginarme víctima de una prematura muerte que no puede demorar más que unos cinco años. Asumida esa verdad de raíz más bien esotérica, cambié alguna de mis conductas habituales. Todo sea por estirar cuanto fuese posible el viaje.
Me preguntaba, ya sumergido en el hábito de meditar lo que a ninguna parte lleva, qué sentido tendría, por ejemplo, dejar de llamarme Jorge Mayer y escribir en todas partes que mi nombre es Jorge Javier Alfredo Mayer. Ninguno más que distinguirme del otro, el que dirige la carrera de ciencia política en la UBA y ha tapizado la calle Corrientes con su libro sobre Alberdi. Pero, suponiendo que alguien me conozca con mi nombre -digamos- comercial y de la noche a la mañana se encontrase con mi nombre civil y le diese por componer una fantasía en torno a lo que cada parte del mismo representa y, a su vez, qué artificio de posicionamiento encarna que yo firme lo que firmo como si me llamase sólo Jorge, el hijo de Mayer.
¿Sería el modo de huir de la falta de musicalidad de un nombre semejante? ¿O estaría detrás de esto la consabida fórmula de utilizar un nombre que lleve la misma cantidad de letras que el apellido?
Mi estimado carroñero: sepa usted que en mi barrio, que es decir en mi pueblo todo, sigo siendo Jorgito, el hijo del carnicero. No busque otra cosa que se irá con las manos vacías.
Del mismo modo, se lo ruego, evite elucubrar mis razones y mis logros bajo la menesterosa luz de los propósitos que guían su propia vida. Que no me entere. En tal caso le garantizo que si he sido molesto en vida, no espere nada distinto cuando me toque volver. Sea bajo la forma de fantasma, sea bajo la sabiduría indiferente de un gato.

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