Jade May Hoey

1974-2004

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24.11.05

Un voleo en el orto

Qué más querría decir yo sino decir otra cosa. Anotar, por ejemplo, estoy constipado. No me acostumbro al peso de mis pies tan parecido a hundirme en el barro de una calle ripiosa. No soy yo si tengo el aire que inhalo tal vez no sea eso que a ella le sobra y echa a correr por tuberías que se escapan de mi vista y así hasta nublarme y dejar por tierra la semiesfericidad que tanto gusta al que sólo mira y ser esta otra cosa, desprolija en colores, con las puntas en falsa escuadra y llena de poros y tantas ganas de llorar por el destino que me ha querido buque y no faro.
Así es la cosa, amigazo. Cuando todo empieza a complicarse emprendemos la retirada sin hacer demasiado escándalo. Ofrecer una excusa, componer un informe que no comprometa demasiadas responsabilidades, abrir la valija y echarlo todo guardando la proporción y simetría que al principio.
Si fuera tan simple como planear un voleo en el orto, che, pero desde el vamos a mí no me sale la traición así como así. Me comporto como un traidor, eso no puedo evitarlo, no suelo tener piedad ni siquiera de mi madre, puedo cagarme -y no me tiembla el culo para decirlo ni mucho menos para hacerlo- en lo más sagrado, llamalo como se te antoje: amor, escalafón, historia, diplomacia, aritmética, vocación, virtud, nobleza, pero hay pequeños detalles ante los que me conmuevo. En el fondo, muy en el fondo, seré un sentimental hasta la noche en que me muera.
Pedirle que se vaya, pedírselo de buenas maneras, de rodillas y sobre vidrio molido, con las manos pegoteadas de mocos llenos de sangre por un llanto torrencial que necesitaba valerse de algo más que lágrimas, con un mapa de latigazos en la espalda llagada de quemaduras, desfalleciendo la voz, las manos y el resto mera posesión de los fantasmas, nada dio resultado. No hay quien pueda hacerle frente; de lo contrario, gustoso hubiera habría procedido a mi modo.
Con los caminos cerrados, y al cobijo de la noche y sus silencios, decidí que le había llegado la hora. La ahorcaría. Que sepa de una vez por todas cómo es sentir que la vida es nada más que la última bocanada.
No pude hacerlo.

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