Jade May Hoey

1974-2004

Powered by Blogger


Locations of visitors to this page

20.11.05

Resto menos doce minutos

El tamaño de las ausencias sólo se hace cierto los sábados cuando llega esta hora. Yo, de este lado del mundo y sus miserias, veo lo poco que pueda quedar de la botella que tenga enfrente y emprendo la me empeño en afirmar será mi última partida de la noche. Un pinball, un tetris, un pacman, lo que mierda fuese, que a vos te queda tan lejos, mientras estás mirando en la tele esa serie que a él tanto le gusta, y comiendo la última empanada con gusto a nada que hace una hora pediste a la rotisería y te diste el lujo de darle dos pesos de propina al pibe porque te dio un poco de lástima, y después, seguramente, te arrepentiste, un poco por haber dejado que te mojen las alas de ese modo cuando apenas eras una borreguita y no te daba el cuero para discernir cuánto dura eso que llaman toda la vida. Toda la vida dura demasiado tiempo, mi amor. Entonces la cosa pasa por armarse de la paciencia suficiente, lo que es más facil de poner en palabras que en hechos, porque yo, de este lado, siempre estoy jugando una partida que es la anterior a la última, y una vez, y otra, y una más, voy quedando cada vez más lejos de hacer una marca memorable, y empiezo a sentirme una porquería, como el nadador de aguas abiertas que va quedando cada vez más lejos de su orilla, y esas brazadas, las nacidas bajo el signo de la imposibilidad de llegar a la orilla, son violentas, cargan el peso de lo que le falta a esa botella para estar llena y la suma de todos los intentos que han sido cosa vana, del mismo modo que él, allá, pretenderá ganar tu complicidad estirando la mano cuando en la pantalla dos quieran besarse, o abrazarse o cualquier cosa que se parezca a estar cerca: un cuchillo que pela una papa, una sabana pegada al cuerpo de una mujer que corre tras el ring de un teléfono, el agua vertida sobre una maceta a punto de rebalsar, todo en él remite al instinto elemental de esperar que los niños se duerman y arremeter sin piedad sobre vos como si fueses una puta de a quince mangos el pete, y después, cuando la función haya terminado, no habrá tiempo para que le expliques que estás un poco cansada, que necesitás un algo que no sabrías poner en palabras y que yo, sin embargo, y muy a pesar de lo que pretendas mostrar, voy entendiendo cada uno de estas tardes en las que pasamos juntos un ratito aunque no sean más que doce minutos y nos la pasemos vos tratando de contarme algo que a mí no me interesa tanto como ver que tu culito parado que va de aquí para allá como buscando un norte imposible y yo tratando de enseñarte, y con la menor cantidad posible de palabras, que mucho mejor la pasaríamos si economizácemos los decires imposibles que se interponen entre nosotros alzando barreras, y trincheras, material combustible que en ese momento tan pequeño pueden convertirse en un obstáculo humeante a mitad de camino de eso que nunca acabaremos de construir. Pero sé, y no hace falta que ahora que él acaba de dormirse lo pienses, que vos te estás escapando de algo que yo desde acá no entiendo, así como yo, acá, borracho de vino y de soledad, trato de escaparme de otro algo que poco tiene que ver con vos y entonces lo único que queda en el medio, lo único capaz de aglutinarnos en lo que a perpetuidad los convidados de piedra llamarán amantazgo o putañez, es una huida que nos ha tomado disparando hacia sitios contrarios, con tanta mala leche que nos hemos cruzado, y chocado, y caido en consecuencia, y que ya puestos en plan de cicatrizarnos las heridas hemos pospuesto el nobílisimo fin que nuestros treintaypico de años le dieron a esto que llamamos vida, cuánto más. Cuánto que yo no lo sé.

Comments on "Resto menos doce minutos"

 

post a comment