Jade May Hoey

1974-2004

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10.11.05

Los venenos

Le pedí completar el formulario allí mismo. En rigor de verdad, tenía tanto fastidio por realizar esta tramitación, y a la vez tantas ansias de conseguir el resultado -por lo demás nada ambicioso: que la cosa siga más o menos como ahora-, que no quería llevarme las fichas a mi casa. Sí, claro, me dijo el tipo -morocho, redondo, el brillo en la cara de un sol que los lugareños no toleramos-, y buscó en todos los recintos. En fin. Me llevó a la sala principal, o a la que en una primera vista parecía serlo. La sala, todo un salón, en perfecta desnudez, un atril, desde el que seguramente hablarán los directores de la turba sobre los derroteros a seguir para perpetuar la hegemonía, y ni un solo cenicero. Con algo de culpa, apagué mi cigarrillo pisándolo contra las baldozas. Lo miré y al mirarlo lo despreciaba. Quería que me imprecase algo, peor nada de nada. Se quedó mirándome un momento mientras garabateaba los datos. Debe haberse sorprendido de que alguien pueda escribir tan rápido. Más aun: estoy casi seguro de que se sorprendió de que alguien se ofreciese a llenar el formulario por sus propios medios. No me salió ninguna firma parecida a la anterior. Qué más da. Lo único que importa es sumar cabras al rebaño. Se las entregué en la mano, inspeccionó cada cartón, cada detalle. Y me dijo gracias. Me fui rápido. Sin decirle ni taluego, que es lo que suelo decirle a las personas con las que espero no me ligue ningún compromiso futuro. En mí taluego es tanunca, pero no lo sabe él, ni el funcionario destinado a autenticar las firmas, ni la petisa de la junta, que me enseñó el procedimiento. Soy uno más de ellos. Todo con tal de seguir siendo yo.

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