Jade May Hoey

1974-2004

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30.11.05

Espejito, espejito

Por esta manía que tiene el tiempo de evaporarse mucho antes de que uno le haya dado un buen uso, mis lectores se salvaron de una extensísima semblanza del depuesto ministro de economía, Roberto Lavagna. La tramé, la escribí por la mitad y el asunto ya es viejo. Ahora se impone hablar de su sucesora, Felisa Josefina Miceli, en adelante Felisa.
Naturalmente la designación de una mujer para sentarse en la más mullida de las butacas del palacio de hacienda ha causado cierta conmoción. No hay antecedentes históricos de tamaño despropósito o no al menos de haber incurrido en la opción femenina porque, toda la verdad sea dicha, todos los ministros que hemos tenido a lo largo del periodo que abarca mi memoria (vivida y leida) han sido siniestros. En este punto conviene loar al recientemente despedido. Al menos él no hizo uso de la cadena oficial de radio y televisión para descargar la misma batería de medidas que anunciaron sus antecesores.
En esa inteligencia es que Felisa me resulta una mujer de temer. Me aflige pensar que alguien pueda retomar la vetusta maña de monopolizar las pantallas y los parlantes para decir algo que no le interesa a nadie y le duele a casi todo el mundo. Tal efecto podría mitigarse, sin duda alguna, si Felisa fuera un poco más linda. En tal caso la molestia de sus discursos se vería morigerada por los mohines que cabe reclamarle a una mujer de su talla.
¿Y por qué el detenimiento en la belleza de una ministra y no en su estatura intelectual? Muy sencillo. Por lo que entiendo, Felisa es contadora pública. Y aunque no lo fuera, habla como tal. Su última aparición pública fue con motivo del robo perpetrado a las cajas de seguridad del banco nación sucursal plaza de mayo, es decir a pocos metros de la casa de gobierno. ¿Qué dijo la bonita? Nada, que cuatro cajas violentadas dentro de unas mil quinientas era algo “poco significativo”. Típico discurso contable. Ampararse en la importancia relativa de las cosas, escoger entre todos los posibles el mal menor y echarle tierra espetándole su insignificancia porcentual.
Desgraciadamente conozco decenas de contadores y todos están cortados por la misma tijera. Entre todas las profesiones liberales, pocas habrá que produzcan elementos de tan baja estatura intelectual. ¿Sería mejor un economista? No, no, indudablemente el cambio sería apenas perceptible. Mucho mejor sería una bailarina o una contrabajista, pero para el caso que nos ocupa urge dar preminencia a las formas, entonces nos conformamos -de profesiones hablo- con lo que hay.
Entonces no está tan mal reclamar una piba de mejor presencia para subsanar la vacancia. Después de todo, ni mandrake sería capaz de detener la presión inflacionaria en un país que hace cuarenta años que no aumenta su capacidad instalada. ¿Sería mejor promover las inversiones de capital a través de desgravaciones tributarias? Sí, al menos en principio, pero la merma en la recaudación fiscal, cualesquiera puedan ser sus causas, es algo que crispa de modo inaudito a su majestad presidencial que antes prefiere hacer gala de su don de mando gritando como una esposa despechada, que los empresarios esto, que los organismos multilaterales de crédito lo otro, y los fantasmas del pasado y los derechos humanos.
Está bien: el tipo es coherente. No quiere nadie que le haga sombra. Por eso para remplazar al hombre fuerte del gabinete eligió al azar un cuatro de copas. En todo caso, si la belleza de una ministra concitase los flashes, él vería su figura opacada, y eso es algo que no podría tolerar bajo ningún punto de vista.
Acá las cámaras sólo para papito.

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