Jade May Hoey

1974-2004

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8.11.05

Curso de monstruología. Toma dos.

Contradiciendo a uno de esos muchachos cuyo apellido no puede marchar sino acoplado al de un compañero de estudios, hoy se me antoja decir que no todo monstruo está más allá de la norma, incluso, y mucho peor, puede estar más acá de la norma, extendido a sus anchas.
La segunda clase del curso fue más aburrida que la primera. Lo sé porque estuve mucho más despierto que ayer, y esto no por haber dormido las seis horas que marca el reglamento, sino porque mi compañera de banco escogió para hoy una hermosa camisa clara, que hacía juego con un pantalón oscuro, favoreciéndola de modo notable.
Hoy me ofreció sentarme a su izquierda, lo que me permitió armarme una imagen completa, aunque la posición de ayer, ligeramente detrás de ella, daba rienda suelta a las peores conjeturas que pueden hacerse sobre este particular y aun sobre aledaños.
Brenda es una mujer más que atractiva, excepción hecha del apunte de la víspera, pero tiene un no sé qué, una indefinición perturbadora, que en aras de una mayor rigor terminológico habría que enrolar junto a las definiciones detestables. Anda por los treintaytantos, luce buen guardarropas, pero no le pidas que cabecee. Está tan aferrada a los lineamientos que le inculcaron que si fuera, digamos, traumatóloga, curaría las úlceras de duodeno con yeso.
A las que son como ella se las conoce desde pibas. En la facultad cumplen rigurosamente el cronograma y en clases aportan esas dudas de poco vuelo que son la marca de que han estudiado lo que la cátedra quería, a punto tal que se han apropiado hasta de sus vacilaciones. Se gradúan siendo cachorras. Su primer trabajo es encumbrado y nunca salen de él. El tiempo las convierte en fundamentalistas. En realidad nunca debieron ser otra cosa que amas de casa. La aplicación que han puesto en progresar en el estudio las apartó de ese destino, pero dondequiera que vayan no pueden despegarse de esa sensatez pegajosa, excesiva, porque ellas mismas son la sensatez.
Para ponerlo en pocas palabras, y antes de que me apedree la platea, para tirar este paño hace falta malicia, una malicia nada sencilla, por supuesto. Alguna vez corre la paga por estar a derecha y otras a izquierda, conviene estar atento y formular las reservas del caso por las dudas toque en breve cambiar de bando. Y por si fuera poco, hay que atender a los puntos cardinales, al arriba y al abajo, y muchas otras variables. En la profesión, nadie puede darse el lujo de orinar con el viento en contra, por más que su convicción sea mirar al norte y siempre al norte.
Entonces el accionar de Brenda, la tana, y de todas las Brendas, se aviene a los hechos con la inclemencia de la conducta de los monstruos. Tengo para mí, que sólo airea el sistema el que trabaja en las fronteras, a veces de este lado y a veces de aquel, y que digan lo que quieran, que todo esto no tiene más fin que el alimentario.
Me gusta pelearme con las que son como ella. Un poco es deporte y otro poco es entretención, paliativo para el aburrimiento. Pero también me aburre pelear contra adversarios de movimiento tan previsible. Si uno ya sabe de qué lado vienen las balas, simplemente no sale al ruedo, se queda en la ratonera esperando que pase la tempestad. Es así: a la corta o a la larga, las balas se acaban. Entonces nos ajustamos el nudo de la corbata, ponemos una mesa de por medio y negociamos. Implacables.
La señora de Bracchetti no me proveyó de un chicle, como hizo ayer. Se río de mi torpeza al comando de la nave y de lo rápido que solucionamos los problemas los condenados a la testarudez. La feliz sumatoria control + ALT + suprimir lo arregla casi todo. Me compré, y no pude convidarle, caramelos de eucaliptus. Me acordé de ellos en el recreo, mientras miraba al viento sacudir los eucaliptos del patio. Saqué uno, o dos, o medio paquete, y los chupé con exquisita lascivia.

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