Jade May Hoey

1974-2004

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15.11.05

Curso de epitelia. Paroxismo octavo

Remera en azul oscuro con ribetes blancos.
Me preguntó por mí. Elaboré un borrador de estados, transiciones y horizontes. Le trasladé cierto hastío del que no logro zafarme, esa maldita sensación de haber sido capturado por una red que le da otro peso a los pasos, otra magnitud, una sensación de claustrofobia o, para mejor decir, la de un perro atado con cadena corrediza. Hay un ámbito para moverse, pero es repetido, un poco más acá, un poco más allá, la cosa no cambia demasiado. Para dejar a un costado la cadena, hay que librarse del collar.
Tenía un collarcito que apenas se veía, apenas lo suficiente para moverme hasta la inquina. Me gustan los trapecios, las clavículas, el cuenco que se forma en el medio, ver ese hueco hecho para la saliva cuando está sin saliva y traccionar la lengua en un atrás y adelante que junte la babita suficiente para llenarlo antes de engullir el aire de la palabra siguiente.
Piel.
Una de las cosas buenas de la primavera es que se renueva la estructura de los labios. Los enemigos del frío nos guarecemos bajo una piel que se parece mucho al cartón corrugado, a la pintura de la pared hecha cáscara por la humedad y a punto de caerse. Y el diente que se hinca y de un tirón pesca un jirón de ese cartón transparente convirtiendo el labio en el teatro de operaciones de una batalla entre salvaje, un campo minado, a un pelo de la sangre, la segunda piel desnuda, más roja, más viva. O menos, yo qué sé.
Daniela lleva mucho tiempo sin besar. A sus labios paspados nos los redime ni la primavera. Brenda tiene en el ala izquierda de su nariz un lunar enorme que hasta hoy no había concitado mi atención. Buscaba en su boca esos pliegues que dicen tanto sin decir y lo vi: un pequeño monstruo atentando contra la simetría.
¿Dónde me llevará esta persecuta?, ¿dónde?, me oí decirle.

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