Jade May Hoey

1974-2004

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13.11.05

Chau Jorge

Nunca leo los diarios locales. No es por principio ni nada que pueda decirse edificante. No me importa nada de lo que pueda pasar acá. Nada de nada. Ni un poquito. No le pongo diques al azar; lo dejo hacer. Como quien no quiere la cosa.
Fue ayer.
Tomé el diario para hacer un poco de tiempo. Tardaban en atenderme y no estaba dispuesto a permanecer quieto todo lo que hiciere falta para que me atiendan, que para eso había ido a ese lugar y no a otro. Estuve -ahora lo recuerdo- a punto de dejar el diario apenas leida la tapa y dos notas, de la contraportada. Me quedaban sólo dos cigarrillos y era oportuno que me aprovisionase. Pero me quedé. Leyendo el diario. Mejor dicho pasando las páginas, mirando las fotos, analizando en detalle los avisos clasificados. Mucho movimiento en el mercado automotor. Siguen pidiendo putas para mi pueblo. Hay casa y comida. No hay casi alquileres. Dos -tal vez tres- pedidos de personal administrativo. Liquidación de sueldos, facturación, esas cosas. Rosarinas te calientan la cama. Hoteles y particular. Las noticias nacionales levantadas de la agencia oficial de noticias. Mejor seguir de largo. Las internacionales parecen de manufactura local. Tienen aberraciones gramaticales y holocaustos ortográficos. Son casi las seis de la tarde. Mejor pasar de largo el horóscopo. También es de manufactura local. Lo escribe Roli, muerto de risa, tal vez en eso lo secunde el Gallego Fernández. Notas de color. Un alemán aporta visiones del mundo desde el yoga. En policiales no hay choques de autos. Destaca la captura de un evadido de la alcaidía. Necrológicas.
Tu nombre, la putísima madre.
En la ciudad de Trelew a las once y treinta horas del día once de noviembre ha dejado de existir. A la edad de treinta y dos años. Su sentida desaparición enluta a las familias. Por si quedasen dudas. Tu nombre, la putísima madre, la familia Cabral participa el fallecimiento de. Por si los ojos aún no lo creyesen. Tu nombre, tan parecido al mío, la reconcha de la puta lora. La comunidad educativa de la Universidad de la Patagonia acompaña a la familia. En el rincón inferior, para mí, que despunto dos lagrimones inevitables, en letras destacadas, de nuevo, tu nombre, junaygransiete. El intendente de.
No tenías trabajo, lo comprendo. Casualmente esta semana alguien te encontró vegetando por las calles. Contaste que estabas defraudado. Las mismas promesas incumplidas otra vez, las mismas promesas que escucho a diario, las mismas que me limito a creer por si sirven para seguir respirando, te juro que las mismas.
¿Te habrás matado, pedazo de cagón? No creo, no me lo creo, no te veo colgado con una soga al cuello ni mucho menos con un caño a la altura de la sien. Ni en la boca. No lo creo. ¿Te habrá ganado la diabetes? la misma que se te declaró la semana siguiente que despedimos a tu padre. Todavía se me hace un nudo en la garganta, todavía te estoy abrazando. Son más de las doce del día y es la hora más triste del velorio. Los asistentes de ocasión han ido por el plato de comida, antes de que se enfríe. Todavía te abrazo. De fondo, tu madre. Llorando. ¿Te habrás dejado ir? Es tan fácil hacer subir el azúcar en la sangre. Tan sencillo como olvidarse de tomar la insulina. Hacer de cuenta que nada se siente. Apenas que las fuerzas van cediendo. O que son otras las fuerzas que te gobiernan. Así, un poco más, hasta que no puedas respirar. Así, ante los ojos de tu madre que, de fondo, llora. Así, sin el coraje para rendir Costos, vacío, sin ánimos de salir a golpear puertas para pedir, de nuevo, un trabajo, el que llene la cacerola, un poco más.
¿Te habrás matado, pedazo de cagón? Decime cómo fue. Cómo hiciste para decidirte a mostrar la bandera blanca de los derrotados, de los que dicen basta ya de esto. No habrás dejado de pensar hasta el último momento en el telegrama que te condenó. Decime quién lo firmó, decime que voy y le bajo los dientes. ¿Te habrás dejado ir? ¿Habrás elegido dejar sola a tu madre, de fondo, llorando? Si esta nota no miente, hace cinco horas te enterraron. Ya voy a enterarme cómo fue. Mañana o pasado. De qué me sirve. De qué. Nos dejaste rengos. Ya no podemos convidarte al truco de seis. Ya no vas a estar para ayudarme a ponerle nombres a todo cuanto nos circunda. Ya no vas a estar al principio de cada cuatrimestre, al borde de la escalera o sentado en un escalón, mirando a las ingresantes, que por toda recompensa nos devuelven el desdén que merecen los que hace rato que están, los fracasados, los que no podemos disimular que ya la carrera no nos importa una mierda y vamos sólo por verlas a ellas, rozagantes, con toda la primavera encima. Ya no te habrá dado ansiedad esperar que llegase esa semana, bendita semana, en que los profesores pasan lista y se mofan de los nombres demasiado repetidos, el tuyo, el mío, un par más.
Ya no.
¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te escribo yo? Si sé que de todos modos llegué tarde. No leerás. No me avisaste. Esta no te la perdono. De ninguna manera.