Jade May Hoey

1974-2004

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30.11.05

Boceto para un cuento que no voy a escribir en la puta vida

Ante el temor a los atentados del fundamentalismo árabe, dios, luego de consultado el gabinete celestial, decide mudar el Apocalipsis a Argentina. La batalla final, de acuerdo al programa que se hizo circular en los corrillos diplomáticos, tendría lugar en el predio de la Sociedad Rural. Tal predio es clausurado por un juez de la nación en virtud de estar asentado sobre un inmenso pantano idóneo para la propagación de todo tipo de enfermedades. Ante la inminencia del combate ecuménico, el ministerio de relaciones exteriores busca otro sitio. La policía federal informa que no puede garantizar la seguridad del evento si no se realiza en el predio de la rural. De apuro, el gobierno decide mudar las acciones a la provincia, más precisamente a San Justo, pago chico de uno de sus caudillos. El día del evento llueve torrencialmente sobre la cancha de Almirante Brown. En horas del mediodía las radios y demás medios acreditados, acompañan al canciller en una recorrida por el campo de juego, luego de la cual confirma la suspensión del Apocalipsis por mal tiempo. El diario Crónica aprovecha la volada y publica en su edición vespertina una foto en portada del mismísimo dios en calzoncillos, mirando la recorrida del canciller bajo la lluvia por televisión. Los principales periodistas del mundo dan cuenta de una inédita marcha de sacerdotes que reclaman una modificación a su convenio colectivo de trabajo. Exigen un adicional por celibato. Adhiere el gremio de las azafatas, aunque por la razón inversa. Se pliegan los técnicos aeronáuticos, los pilotos, los ferroviarios y los médicos de los hospitales pediátricos. La prensa de ultraderecha reclama a dios un gesto que ponga fin al conflicto. Los zurdos, entretanto, incitan a que se movilicen las agrupaciones Barrios de pie y Patria de rodillas. En horas de la noche y ante la notoria ebriedad de los agentes de la policía bonaerense se produce una pequeña refriega entre zurdos y fachos. Con el correr de las horas, y ante lo que se evidencia como zona liberada, se suman a la gresca aluviones zoológicos llegados de todas partes del país y señoras paquetas de barrio parque. El presidente de la nación declara el estado de sitio y reclama a dios su urgente dimisión. El viejo renuncia. El parlamento argentino se ve en la obligación de elegir a alguien para sustituir a dios interinamente. El peronismo hace valer su mayoría, y sí: ahí se acaba todo.

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