Jade May Hoey

1974-2004

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11.9.05

Testigo

Resulta por lo menos llamativa la facilidad con que uno puede perder una lengua que ha dejado de usar. Alguna vez lo experimenté con estadística. Fui de los más destacados durante ese cursado y con la soberbia que me caracteriza di un extraordinario examen, de los mejores que yo recuerde. Al poco tiempo, tratando de esclarecer la duda de alguien que confiaba en la perdurabilidad de mis conocimientos, verifiqué que en ese distrito del conocimiento ya no tenía nada que hacer. Los objetos seguían allí, muertos de risa, y yo sin saber relacionarlos con precisión era un troglodita en versión corregida. Temo que también haya olvidado todo lo que sabía de huerta y hortalizas. Ante una referencia a los testigos, no pude asociarla a las guías, esos palitos que encauzan a la planta para que no se vaya de madre. En esa circunstancia entendí lo que sentiría mi padre cuando trataba de enseñarme el alemán que él supo hablar, un rústico dialecto de gringos exilados (aunque ellos no son de ningún lugar sino del que los alimenta) en las sierras de Córdoba, que a diario se las veían con italianos y criollos igualmente rústicos. Otro hubiese sido el cantar si papá hubiese tenido lecciones de lectoescritura alemana y no hubiese sido un sencillo muchachito que debe arreglárselas de cualquier modo con el castellano por la mera supervivencia. Quiero decir: también el tiempo se hubiese encargado de borronear los contornos, pero la notación hace a la perdurabilidad. Por esa misma razón todo lo que aprendí en aquellas horas bajo el sol quedó en un sótano del que extravié las llaves y en la clandestinidad me fue revelado la divisa que debo defender.

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