Jade May Hoey

1974-2004

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7.9.05

Sobre la comunicación
(o Los nuevos indigentes)

Sabrán disculpar la recurrencia de algunos tópicos, pero no tengo más que un puñado de cosas de las que escribir. Temas hay, entonces debo ser yo quién no encuentra más que estos. No sé si será que estoy más corto de vista de lo que permiten las normas de estilo o que he crecido con cierto sesgo que ya es tarde para evitar y sólo resta pegarse a la pared para que sea menos eficaz el sogazo cuando llegue. No sé. Pero tengo miedo. No tengo teléfono celular (o móvil como le llaman en otras partes). No tendría con qué pagarme uno, pero si pudiera darme ese lujo creo, casi puedo asegurarlo, no tendría ni un remoto interés en sus ventajas. No reniego de la tecnología. Es más: cada tanto echo un vistazo a ver qué hay de nuevo y no puedo más que asombrarme con la compulsión que manifiesta el humano en inventarle nuevas utilidades a los dispositivos en boga. Que graban la voz, que permiten tomar fotografías y la mar en coche. ¡Excelente! Pero no, me da un poco de cosita saber que cualquier persona que tenga mi número pueda ubicarme en cualquier momento. Me gustan demasiado mis penumbras, mis lejos; prefiero ser yo quien ordene a mi verdugo cuando sea la mejor hora de apretar el nudo de la soga de mi horca. Una gran mayoría de mis favorecedores y amigos se ofenden por mi elección. Les parece un despropósito que pueda estar pasando alguna necesidad de las que ellos puedan remediar y yo boqueando como los pescados cuando toman aire, la misma desesperación silenciosa. Pero en cierta manera lo mío, más allá de la desefervescencia económica que pueda existir, aunque endeble, tiene algo de declaración de principios. Verdaderamente me indigna la actitud de la gente cuando suena la alarma de su telefonito. Son capaces de dejar cualquier cosa que estén haciendo con tal de prestarle atención a la voz remota que los llama. Y los que llaman son sabedores y cómplices de esa tiranía de la que nadie se queja. Entonces aprovechan y digitan el número, dueños de la satisfacción de saber que se impondrán a cualquiera otra prioridad y tal vez no tengan mucho que decir, como suele pasarnos cada vez que nos topamos con ese amigo del alma: nos basta vernos, mirar el semblante general, hacer dos preguntas nada más que para ver cuál es el timbre de voz y ratificar la prima facie. Qué tan importante pueda haber como para quebrar este bendito silencio que tanto cuesta construir y qué tanto daño le hice al resto del mundo como para soportar los archivos midis con que el resto de los habitantes de este planeta me taladran el cerebro. Qué hay de los telefonito-pasivos, que nadie se preocupa por los sobresaltos que ocasiona su -inevitable, siempre hay alguien que tiene uno y siempre hay otro que lo está llamando- cercana presencia. A los estómagos resfriados que tienen a su cargo la administración de las leyes no les da por preservar tanto determinados sentidos. Claro, siempre es preferible un cerebro taladrado a, por ejemplo, un cáncer de pulmón. Pero en realidad, el peor de mis miedos en materia de comunicación, es decir el único motivo valedero que tengo para redactar esta nota, corre por otro carril. Digamos que algunas veces, un par al año, no mucho más, me ataca la impostergable necesidad de hacer una llamada telefónica. En este punto puedo flexibilizar mi tesitura: para deliberar a la distancia sobre asuntos colectivos relevantes, como compartir un par de cervezas, no hay mejor forma que a través de un teléfono (el correr de los pulsos abrevia los plazos de toma de decisiones). El temor estriba en que, si cualquier paparulo tiene un teléfono, y que para más ese teléfono lo sigue a todas partes, pronto los teléfonos públicos serán un recuerdo. Me imagino que Estadísiticas y Censo elaborará sus periódicos informes sobre indigencia en función ya no de capacidad adquisitiva sino de alcance comunicacional. E inexorablemente estaré por debajo de la línea de indigencia, condenado a mangar un telefonito prestado cada vez que se me ocurra tomar una cervecita con alguien.

Comments on "Sobre la comunicación
(o Los nuevos indigentes)
"

 

Blogger Daniel said ... (7/9/05 20:26) : 

Sin dudas es un poco la tendencia. Al menos acá se hace bastante más difícil encontrar un teléfono público que un celular abandonado.

Ah! parece que te hice mi regalo anual. Tomalo con calma, peor hubiera sido que fuera sin la u. Bueno, oral debería ser en realidad, por lo de boca.

 

Anonymous Anónimo said ... (7/9/05 21:01) : 

Te noto un tanto agresivo, Daniel. Ha de ser la inminencia del viaje. Pero ya ves, cada cual se consuela con lo que puede.

 

Blogger Daniel said ... (8/9/05 05:20) : 

Bueno che, dejate de embromar, que me expulsen un jugador cada tanto tampoco es como para que me llamen agresivo.

 

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