Jade May Hoey

1974-2004

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14.9.05

Pequeños juegos retóricos

Pertinaz preocupación por la toma de posición política de los felinos en general y de la docena de gatos que habitaron mi casa de pibe en particular.
Loables intenciones de higiene que alcanzan lo que les permite la vista y su mano no prensil. Erecciones de rabo ante los estímulos cariciales sobre el lomo. Dificultad para la práctica del rasurado. Pelaje en gama cromática similar a la humana con leve destaque de ciertos ejemplares de una tonalidad casi naranja. Eficaces imitadores, sobre todo por las noches, del llanto de los bebés. Aparente infalibilidad en el oído ante el eco de cualquier elemento que asocien a la comida.
Sin embargo, lo mejor de las tardes de mi infancia era verlos estirarse. Entre todos los árboles posibles, solían escoger el ciruelo, salvo cuando la aglomeración fuese excesiva (mi casa siempre fue un buen refugio para cuanto gato hambriento anduviese por el barrio). Clavaban las uñas a una prudente altura y arañaban al pobre tronco que, acaso sostenido en algún boceto de ética para vegetales, se erguía con orgullo renovado. Tal vez creyera estar trabado en lucha contra estos energúmenos, pero en cualquier caso la notoria desigualdad desactivaba cualquier posibilidad de lucha. El gato nada más se entretenía con un juego retórico que le resultaba útil para mantener el filo de sus uñas. Hasta un gato lo sabe: pelear (por alguien, por algo, por nadie, por nada) es otra cosa.

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