Libre
Era una tarde de lluvia. Acaso el granizo diera su nariz contra el techo de los autos. Estaba frente al Colegio Nacional o las ruinas de lo que alguna vez fue. Buscaba un cobijo a la tempestad y lo vi. Ocupaba un puesto sobre la veredad de una disquería que puntual todas las tardes arremetía con la voz de Nino Bravo y su pregón de libertad. Tanto me gustaba volver a escuchar esa voz, tanto la necesitaba, que todas las tardes me arrimaba sin objeto, como si fuese un merodeador. Ni el viento era capaz de acallar el voceo. Vendía encendedores, anillos con una luz titilante, fotos en cartón de los equipos de fútbol más populares. Su figura se erguía imponente y sólo se detuvo un momento. Nino también se había sometido a un dedo sobre el STOP. Ahora se alzaba desnuda la voz desde su boca y ni falta que hacía el coro meloso de recién. En otra parte, él estaría sino lleno de oro, al menos con la panza llena. Eso pensé. Sólo que esta vez se ha salido del disco que mi madre bajaba de lo alto de un roperito un rato antes de ir a buscar a mi padre. Sólo que esta vez ha huido de la fatalidad como un héroe que no le teme a la lluvia, como un vendedor de baratijas frente a las ruinas del Colegio Nacional. |
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