Lezama
Este era el patio de los Lezama, decía mi guía y a mí no me alcanzaban los ojos para mirar, no porque no estuviese hecho para mirar grandes trechos sino por el acentuado contraste entre la ciudad vieja y un pedacito de verde. Entre toda la edificación resaltaba la cúpula de una iglesia ortodoxa rusa, pintada de un azul impiadoso con la armonía y con unos interiores esquivos a la agenda del turista desprevenido. Nunca nadie supo, más que los feligreses, a qué hora es que ofrece la liturgia esta buena gente. Las callecitas son estrechas. Se llaman, por supuesto, Venezuela, Chile, Balcarce, Defensa. Hay por todos lados anticuarios y es inexorable angustiarse sólo de pensar qué es lo que quedará de nosotros cuando ya no estemos, qué de este tiempo de descartables y malayos apto para decir nuestra voluntad de perdurar. Esto era un conventillo para la servidumbre, alcanzo a oír, y las palabras poco tienen que ver con el desparpajo de los techos que empalagan a la vista con sus dibujos. Suerte que al bajar la vista a las paredes retornamos a la una tristeza que se deshace en capas y capas de tiempo y más tiempo. Vestidos de novia, fotos de gente estupefacta ante la cámara que los retratará acaso esa única vez en la vida. Aquellas figuras son las que a Borges le gustaba mirar y hay que dar todo un rodeo para vencer el enrejado. Alguien lee, dos se besan desaforadamente, tres en plan de modesto bullicio y perros que tientan a la pateadura. Demasiados nombres hay para calles que memoran la barbarie pero aún su suma no alcanza a enmarcar todo lo bárbaro que nuestra perseverancia nos dicta ser. Vuela un pájaro. |
Comments on "Lezama"
fander: los domingos tipo 17hs hay candombe, bu eno.