Jade May Hoey

1974-2004

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29.9.05

La tarde primera, siempre hay una, el dolor parece cosa de nada, un pinchazo, nada más que un roce de esos que sacan la sangre que se desliza por carreteras de doble mano apenas a un pestañeo de la piel, ese cielo flexible que se ciñe sobre el palacio. O tal vez es Hiroshima. El hongo inmenso que detiene los relojes y uno se da cuenta de que respira sólo porque respira.
La noche primera no se duerme, más bien se muere. Miles de imágenes tapizan las paredes. Toda una vida cabe en ese ropero en el que que nada más cabe. El vertiginoso mundo con sus pausas arremete por la ventana. La agitación no se va del pecho ni los ríos ni las quejas ni las preguntas ni el silencio como sentencia.
El mes primero no se acaba nunca. Das vuelta la hoja del taco calendario y el santoral devuelve el mismo nombre.
El año primero es un poco más breve, no demasiado. En algo se asemeja a una maratón. El que mira atrás es seguro que con algo choque; el que se detiene, ya no retomará la marcha. Es darle y darle a sol y a sombra, y a pocas zancadas del final, cuando la respiración amenaza quebrarse, la gravedad tira de la cabeza y rozamos el abismo con nuestras narices.
En el medio hay pequeñas treguas.
Conviene no detenerse en ellas más que para cargar lo que quepa en una cantimplora.
De eso va el camino de los que nacieron para correr la alambrada.
Esa es la patria de los que todo lo han perdido.

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