Jade May Hoey

1974-2004

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11.9.05

Evocación

Dani ya era grande. Nunca se sabe cuánto sea capaz de comprender una criatura pero a veces la aterraba esa capacidad de asimilación del pibe. Sin un papá que lo guíe ella pensaba que las cosas podían complicarse en cualquier momento. En realidad nunca dejaron de estar complicadas, pero sólo era la eterna pelea por conseguir un peso más, las rencillas oficinescas por las que le negaron el puesto con el que siempre había soñado, cosas así, no definitivas, sólo que su ilación era la perpetua gota en la cabeza. Dónde encontrar una pareja cuando te dieron las cuarenta campanadas, morocha. Una reunión de solas y solos, por supuesto. Primero es la timidez que naturalmente conlleva la decisión de cruzar ese umbral, pero tales confesiones hacia adentro surten los efectos de una purga, un peso menos, ganas, de las ganas se trataba. No hubo jamás un caballero que le moviera mucho el piso, nada más un insistente, el Juanca, ancho, retacón, bigotes, tan quedado que daba ternura, de tan pocas palabras que parecía que nunca le pondría un pero, sería una garantía de fidelidad, la seguridad que ella esperaba para los años que estaban por venir. Y sí, fue él, aunque casi todo lo hizo ella. El pantalón blanco fue el mejor guiño para animarlo. Tal vez hubiese pasado horas y horas, ensayando las palabras que no tenía, pero a ella no podía pedirle más que el pantalón blanco, tu turno, querido, qué estás esperando. En adelante no cesarían las tempestades, pero al borde todo de acabarse él cerraba los ojos como quien mete la mano en el fondo de una caja, evocaba aquella noche y todo volvía a ser blanco: los rincones, los cabellos, los dientes remojados en un vaso.

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