Jade May Hoey

1974-2004

Powered by Blogger


Locations of visitors to this page

8.9.05

Danza Húngara

Alguna vez, si de hacer mapas se trata, intentaré trazar uno de varias dimensiones en el que relacione con líneas ciertos compartimentos que no tienen en apariencia nada que ver entre sí, pero de un modo o de otro siempre se reunen como por el artificio de un hechicero. Hoy no ha sido un gran día. Dejé sin hacer la mayoría de las cosas que había emprendido de modo que padezco de un remordimiento múltiple y retroalimentado. Di en la radio con Danza Húngara, por un momento volé hacia veranos felices y no pude evitar creer que todos los veranos lo son, especialmente si se los mira desde el interminable mes de julio. Tal vez aquél no lo fuera tanto, pero conocí a una piba que tocaba el violín. Una borrega. Inútil persuadirla de ninguna cosa. O demasiado viejo yo y con manifiesta propensión a la temprana fatiga. Y de la Danza Húngara fui a la última tarde con Marijó.
Fue una despedida muy feliz. Fue despedida y sólo lo supe mucho después, cuando tuve que irme del departamentito de la calle Libertad. Era marzo, se venía el frío y no tenía donde ir. Pero que ella empezara por fin con algo me había dado cierto empujón.
Treintaypico, morocha, profesora de yoga. Un caramelito, Marijó. También la iracundia a flor de piel que sólo mitigaba con sahumerios y música celta, vicios que, por supuesto, ni juzgo ni mucho menos comparto. Metía miedo cuando se enojaba pero a mí me conocía casi nada así que apenas si nuestras agarradas eran rounds de estudio. Yo también era raro y si no engranaba tanto es porque estaba de prestado y no tener casa para mí me había hecho un muchacho desteñido, capaz de una apatía irreversible sino fuera porque una vez a la semana venía Marijó y pasaba revista a nuestros asuntos. Primero lo analizaba a él y lo fustigaba hasta la exasperación. Gritaba tanto que llamaba la atención del vecindario. Y después, haciendo honor a su buen humor, gemía como una perra, con lo cual los vecinos ya no sabían qué pensar. O sí. Lo mío eran sólo fracasos. Casi un año sin empleo. Faltaba poco para salir del pozo pero yo no lo sabía. Sentía sobre mí la cuenta regresiva.
Se quedaba hasta la hora de la cena. Lavaba los platos y pedía que alguien la acompañe. Naturalmente siempre era yo, que ni cocinaba ni pagaba el alquiler. Durante las veinte cuadras era una escalada de verborragia sexual que no nos conducía a ninguna parte. Se despedía con un beso a la mejilla y hasta la próxima. Chau, Mario, me decía. Para ella siempre fui Mario.
Me contaba de amantes y hazañas. Nada me llamaba la atención. Por mucho menos yo hubiese cruzado a nado el canal de la mancha, pero me cuidaba de decírselo. Temía que siempre tuviese un sopapo dentro de la mano. Un día me habló de su última adquisición, un gordito, sex appeal cero, casado, separado vuelto a casar, vuelto a separar, con saldo de familia. No era ninguna luz. Ninguna se lo codiciaba pero algo tenía.
El último día me dijo que había quedado embarazada que se quedaría esa semana para arreglar las tonterías de último momento y después se iría a un remotísimo pueblo en la pampa, a vivir con él. Venía a avisarnos a los dos, pero sólo yo estaba en casa. Me tiré encima de ella en plan de abrazo. La besé en el cuello.

Comments on "Danza Húngara"

 

Blogger Fabiana said ... (8/9/05 23:52) : 

Muy "Mayer" (ya que estamos con las comparaciones...).
Si alguien alguna vez hace ese mapa del que habla Mario, me gustaria tener una copia.
Que se yo, quien le dice...

 

post a comment