Jade May Hoey

1974-2004

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26.7.05

Todos los jueves

Urdir un plan. Todos los jueves, bombas. Todas las bombas, jueves. Cada vez más pequeñas, menos sonoras, aun más sabedoras de que el terror se crea sobre la base de lo no visto, de lo no dicho.
Horacio decía anoche me volvió loco un mosquito y eso sólo me causaba mucha gracia. Nadie sabe cuántos son los mosquitos que te puedan echar a perder una noche y hay que ser un profesional o el dueño de una inextricable obsesión por los mosquitos para llevar la cuenta de cuántos puedan ser los que nazcan y sobrevivan a la noche.
Sí, es la hembra la del chillido, pero a quién le importa. Aunque fueran hermafroditas siempre fastidia más el ruido que la picazón que, llegado el caso, se sobrelleva de un modo bastante sencillo: haciendo de cuenta que no ha pasado nada. Es demasiado estúpido eso, ¿no?. Aceptado. La víctima contempla la erupción, la frota y ésta crece hasta un rojo paroxismo que sólo trae más picor. Es como la violencia: no hay un código de ética que ordene que a una agresión deba responderse con una agresión del mismo tamaño. Hay que causar pánico, redoblar apuestas, mostrarse enérgico incluso al tiempo de atarse los cordones de los zapatos, no sea cosa que los mosquitos espíen y se den cuenta de que somos vulnerables, que nosotros, justo nosotros, que somos grandes, hermosos, la medida del honor y la gloria, a la vez seamos una hoja de otoño librada a su suerte, recipiente de todos los temblores que puedan caber en la palma de una mano que tiembla.
Me pregunto si serán todo lo puntuales que se le pide a una persona civilizada. Me lo pregunto sabiendo que ellos son sujetos menores y que es demasiado probable que ignoren el mecanismo secreto de los relojes y la lógica que nosotros le hemos inventado al tiempo. Tal vez, cuánto lo temo, nos hagan esperar. Tal vez, y lo temo mucho más, los ataques duelan cada vez menos y lo que nos aturda sea el zumbido, ese asqueroso modo que usan para decirnos que están aquí, sedientos.

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