Jade May Hoey

1974-2004

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7.7.05

Desde hace unos meses la mitad de mi vida transcurre en Londres, de modo que no puedo dejar de imaginarme cómo será una mañana en la que al ruido seco sigan los clamores humanos, los cuerpos mutilados, las miradas llenas del tizne de la muerte. Y tengo tantas ganas de mirar para otro lado, de refugiarme de nuevo en mi ombligo, de ser sólo una gota en el medio de un mar que va y viene y no, no se puede, no hay ningún derecho. Una vez y otra he intentado escribir y de lo único que me sale hablar es de la crueldad de los monstruos que hemos engendrado. Cómo es que podemos acostumbrarnos a que ellos vivan entre nosotros, que le den gusto rancio a la comida y temblor al simple acto de tomar el colectivo que te lleva a trabajar. Ya se han mezclado entre nosotros, algo de nuestras osamentas dicen les pertecene. Es seguro que se prodigarán en cabildeos, en reuniones plagadas de declaraciones de intenciones y languidecerá el torrente que nos mantiene en pie hasta ser una hilacha, un hilo, un recuerdo.

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