Jade May Hoey

1974-2004

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14.7.05

De la eficacia

En otros tiempos, en el impiadoso verano del desierto, mi padre me llevaba a trabajar con él. Apenas recuerdo la sal de aquellos sudores, los pantalones llenos de lodo, el vivo color que cobraban nuestras pieles, las picaduras de los bichos que ya no importaban y, principalmente, la vuelta a casa.
Cargados de herramientas, sin ninguna prisa, hacíamos esas diez cuadras y los vecinos nos saludaban, como orgullosos de nosotros. La azada al hombro me remitía con desgano a la canción que hacían cantar a los niños de aquella época: aquí está la bandera idolatrada. Sin embargo, nada más grato que la vuelta, el gusto dulce de la tarea terminada.
Esa es la idea que hice para mí de la eficacia. Nosotros echamos todo, pero el resto estaba en manos de dios. Ojalá no helase en primavera, que no se rompa la bomba de agua, qué bien que nos vendría una lluviecita.
Por cierto: sólo he podido ser eficaz en esos trabajos. Me he apartado de ese camino y de los saludos complacientes de mis vecinos y encaré otra calle, o tal vez debiera poner en lugar de calle otra palabra de pretensión más abarcativa, algo que englobe avenida, bulevar, campo traviesa, arteria (en ambos sentidos), way (en todas las variantes que quedan dentro de esa palabra). Si de ser riguroso se trata, debo agregar que la marcha es a veces negativa: no me muevo de un punto en el mapa y quizá dejo que me devore ese punto.
Ya no sé qué es la eficacia.
Cuando la linterna divina alumbra mi vista en sueños, la veo con la claridad del mediodía y la evoco con una precisión que tengo en claro no me pertenece. Aquí una erupción que ayer no había; este es el hoyuelo de la hora de reír; este es el barrio que no visitan los tranvías. Giro mi ser junto a la almohada y me concentro en el almacén de las dudas. A cada una le coloco un nombre y una numeración. Tabulo, punteo, archivo. Es ella, no hay otra posible.
Ya despierto busco en la caja que guarece a mis papeles del polvo. Busco en la campera dos biromes. La azul escribe, soy yo el que corrige. Me detengo en la frase que es puente de todas las demás y la veo en falsa escuadra. Apelo a mis intuiciones combinatorias, alzo la vista, me muerdo los dedos, estoy cansado. Aquí me ganó la noche, me doy por vencido, que el creador bendiga tu reino y tengas buenos días.
Es bonito a la vista y al oído, pero es una figura distinta de la que yo me propuse pintar. Me siento ligeramente abatido. Es vanagloria recoger los saludos elogiosos. Yo he malogrado otro renglón de la cuenta materiales y no ha nacido ser capaz de consolarme.

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