Jade May Hoey

1974-2004

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5.5.05

There are more things

Aquello que entendemos y amamos nos entiende y nos ama también. Yo ya no era yo,
era otro, y precisamente por eso otra vez yo. A la dulce luz del amor, reconocí
o creí deber reconocer que quizá el hombre interior sea el único que en verdad
existe.

R.Walser, El paseo.


[u n o]

No me fue dado estar un lecho de muerte más que una vez. Se trataba de un hermano de mi padre y yacía en mi cama. Esa última mañana, no supe nunca por qué fuerza, me atreví a entrar en ese cuarto, que era el mío (lo repito para convencerme), y hasta entonces era un escenario idóneo para mi náusea cuando no para mi exacta tristeza. El enfermo era un pobre tipo, casi ciego, casi loco; mi madre lo cuidaba con el fervor que sólo se destina a los bebés. Mi padre tampoco podía entrar a ese cuarto. Otras razones tenía él, una perversa cruz lo sentenciaba a volver siempre al punto de partida, a escasos metros de su hermano, hasta purgar su culpa última.

[d o s]

Alguna vez me lo he reprochado, pero ahora que soy un viejo me asiste una vespertina claridad. Ninguna sabiduría como la de natura. Es mucho peor oír el horror que verlo. Por eso casi de un torpe plumazo nos despoja de la memoria auditiva, alcanzando en la volteada incluso a las voces que gustosamente atesoramos en recámaras de celofán. De allí que nos quedamos con algunas frases brujas, ya carentes de música, escritas en una misma hoja, todas encimadas y cuando nos da por poner alguna de ellas en la boca de alguien nos sentimos sordos, huérfanos.


[t r e s]

Sólo por hablar con nombres propios diré que las voces de las muertos se van solas, para siempre, en cambio la imagen queda. Por eso es sana costumbre de nuestra gente, llegada que fuera la hora amarga, lavar la piel y el recuerdo del difunto, rogar a los dioses que protejan el alma errante y ocultar el cuerpo bajo el polvo.

Hablo de la estrechez del mundo y no de otra cosa, estrechez que a la que adeudo que ese mundo quepa en la oscuridad de mi caja craneana. Hay otras cosas, por supuesto, pero es de hombres enamorarse de la luna y saber que nunca la bañaremos en leche. Es de hombres la perplejidad ante la puerta y la supersticiones.

[c u a t r o]
Asumir la pequeñez humana a una edad muy temprana es un acto de fe y aunque parezca ridículo el milagro pude venir de una cachetada oportuna, de un rezongo de alguien que dice: estúpido, hay más de lo que nunca puedas saber.

Antes de irse, el loco habló. Sin abrir los ojos -era en vano- se dirigió a mi madre para rogarle que cesara en sus buenos oficios. Al pie de la cama yo notaba que la realidad sensorial se estaba yendo de ese cuerpo estéril. Sin embargo, sus últimas palabras se grabaron en mí con letra de fuego: -Yo ya estoy muy bien.

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