Jade May Hoey

1974-2004

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22.5.05

Se equivoca el eco

[ uno ]


Debí escribirle una apoteosis de reproche y no lo hice. Esa noche el sueño se me entregó después de una lucha sin cuartel. Hasta donde puedo entender, ella me provocó. A algunas mujeres les gusta como soy cuando me enojo, entonces me tiran la lengua mediante recursos arteros. Para ellas, y para todas las demás, siempre suelo tener una palabra, sino la más justa, la más insultante, y santo remedio, pero esa incontinencia ha enojado a mi madre, demasiadas habladurías para un tipo de tan corta estatura.



[ dos ]


Cómo estoy, qué sé yo, la brevedad nunca ha sido mi fuerte y en este preciso instante qué no daría por tener mucho que contar, pero con sinceridad debo ratificar la impresión que te llevaste de mí hace varios meses: a mí no me pasa gran cosa más que contar las cosas que a otros les pasan. Además, de dónde es que viene ese interés por saber de mí si no hace unas pocas semanas que charlamos y al pasar omitiste decirme que te casabas, y así, de una, te mandabas a mudar. No hay derecho. ¿No me estarás confundiendo con algún otro señor?



[ tres ]


¿Y yo quién soy?



[ cuatro ]


Soy el padre del pibe del puesto de diarios. Toda la gente que se arrima por acá no tiene bastante con su propia vida, entonces le da por meter su nariz en los asuntos de otros, tan previsibles como ellos, qué duda podría caber, sólo que una cierta casta social está bendecida por la varita mágica de los periodistas, de suerte tal que cada uno de los episodios de la vida de los elegidos puede convertirse en un acontecimiento. Todo pasa afuera menos esto: vivir de las sobras de lo que otros viven, aquí una foto de la princesa, allí una editorial del ministro, más allá una crónica policíaca. Nada habrá digno de perdurar. Tanto como que mañana estos mismos que hoy me preguntan cómo estoy y se llevan un diario, preguntarán cómo estoy y se llevarán un diario.



[ cinco ]


Así como las mujeres tienen el derecho de no ser miradas hasta guardar el decoro que les da el arreglarse un poco, los hombres no deberíamos permitir que nadie nos observe mientras estamos trabajando. Y que lo diga yo, que si la fortuna me entrega algún párrafo bien parido no puedo detener las lágrimas y en cuestión de segundos accedo al desconsuelo del viudo cuando es joven, aflojo el nudo de la corbata y recojo las mangas de mi camisa como si estuviese a punto de tomar una decisión que tuerza el destino de la humanidad, pero no, es nada más acomodarme al estado de gracia tal que el gato cuando busca el mejor sitio para dormirse.



[ seis ]


Ella me vio sin entender demasiado. Yo me enjugué las lágrimas con la camisa, soné sin parsimonia la nariz y volví a sangrar.

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